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Desde que la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación, FAO, así lo proclamasen en 1979, cada 16 de Octubre desde entonces y en más de 150 países se celebra el Día Mundial de la Alimentación para dar a conocer los problemas que subyacen tras la pobreza y el hambre. En este día se recuerda que la FAO continúa a la búsqueda de una solución a largo plazo del hambre y la pobreza en nuestro planeta como un derecho humano de las generaciones actuales y futuras. Cada año se elige un tema sobre el que debatir y concienciar tanto a personas como a los gobiernos de la necesidad de cambios y reformas. Este año el tema central es “Sistemas alimentarios sostenibles para la seguridad alimentaria y la nutrición”.

Cosecha perdida. Bangladesh. Foto ©  Alfons Rodríguez

Día Mundial de la Alimentación

Por Ana Morales para GEA PHOTOWORDS

Con el tema elegido para conmemorar este año el Día Mundial de la Alimentación 2013 se quiere dar respuesta a muchas preguntas clave tales como ¿es un sistema alimentario sostenible posible? o ¿cuáles serán las consecuencias de seguir con el actual sistema de producción? Ambos debates no son una cuestión baladí porque este modo intensivo de producción degrada el medioambiente, amenaza la biodiversidad, empobrece y deteriora muestra alimentación. Y lo que es aún peor, no sólo no acaba con el hambre que padecen los 870 millones de personas que sufren hambre en el planeta, o los trece millones de niños menores de cinco años que mueren por desnutrición cada año, sino que no garantizan nuestro abastecimiento futuro. La FAO no sólo es un centro mundial de información y conocimiento sobre la alimentación y la agricultura, sino que es un foro para el diálogo sobre las políticas, la elaboración de acuerdos entre las naciones, la promoción y la movilización de recursos.

Es inaceptable y escandaloso que un tercio de los alimentos que se producen en el mundo termine en la basura cuando uno de cada ocho habitantes del planeta, según el último estudio estadístico 2013 de la FAO, nos desvela que sufren desnutrición crónica  y cuando el modo de obtener cada vez más producción deja una huella ecológica imposible de asumir por el medioambiente. Un sinsentido que parece una perversión del sistema pues cuanta más comida se produce en el mundo, más crece el hambre ya que la producción intensiva de alimentos prescinde de la mano de obra y marca los precios tanto a agricultores como a los consumidores.

Esto es especialmente sangrante en los países del cono sur donde se han ido sustituyendo los cultivos propios de cada país por extensiones de monocultivos. Parece claro que el camino a seguir es exactamente el contrario al que estamos siguiendo. Desde la FAO se colabora activamente para fomentar un sistema de comercio multilateral, abierto y justo apoyando políticas alimentarias y agrícolas así como políticas generales de comercio que propicien la seguridad alimentaria.

En nuestro país, una de las voces más críticas contra el sistema es el escritor y fundador de Veterinarios sin fronteras, Gustavo Dutch. En su obra “Lo que hay que tragar” arremete contra un sistema profundamente injusto y defiende el derecho a la alimentación de los países pobres. “Está demostrado que el modelo actual basado en los monocultivos, la producción de agrocombustibles, los transgénicos… es insostenible e incapaz de alimentar a todo el planeta”, asegura.

Estamos forzando hasta la extenuación los límites ecológicos del planeta porque el capitalismo exige un crecimiento perpetuo para incrementar la acumulación de capital. Desde que el capital puso sus ojos en la acumulación de tierra y territorio como un recurso más con el que especular, la soberanía alimentaria de muchos países principalmente en el cono sur, comenzó a peligrar. Y es que no hablamos de un recurso cualquiera. Es necesario adoptar por todos nosotros un nuevo paradigma que defienda los recursos naturales, recursos que no pueden estar a la venta porque son de todos, pertenecen a cada pueblo y sus futuras generaciones. Cada vez escuchamos más hablar del  término soberanía alimentaria, que parece ser la única salida a un problema de dimensiones planetarias. La tierra no puede ser un negocio más sino que debe recuperar su importancia como medio de vida en todos los países, favoreciendo la producción para consumo local, la conservación de cultivos autóctonos, la producción ecológica y en definitiva la sostenibilidad.

Soberanía alimentaria

La soberanía alimentaria defiende que la tierra no puede estar dentro de la tendencia globalizadora ni a merced de la especulación y los mercados. Sin embargo en tiempos como los que vivimos, con crisis económica y recesión, la agricultura es una inversión más que segura y con perspectivas muy halagüeñas para el futuro que ha atraído un peligroso interés por su control. Asociaciones independientes como Grain o Global Land Project hablan de un acaparamiento de 227 millones de hectáreas, la mayoría en territorio africano por parte de  multinacionales, fondos de inversión y países como China, India, Japón, Corea del Sur o las “petromonarquías” del Golfo con la intención de producir biocombustibles y alimentos que aseguren la soberanía alimentaria de estos países mientras se condena al hambre a miles de familias que siempre habían vivido de la tierra.

Y los gobiernos lo permiten y favorecen porque sigue existiendo la errónea concepción de que la inversión extranjera conducirá al crecimiento económico, y que esto se transmitirá a la población. Por poner sólo algunos datos, en Liberia, el 67% de su territorio ya está controlado por inversores extranjeros, o el 41% de su territorio en Laos, o el 26% en Uruguay. La mayoría de los gobiernos quieren los contratos, y a menudo reprimen a las comunidades que se alzan y resisten la expulsión, o a quienes se quejan públicamente por los bajos salarios o por perder las tierras de pastoreo para su ganado.

Esto mismo es extensible a la minería o al mar, sólo hace falta echar una mirada,  hacia las aguas de Somalia en la que cientos de pesqueros de todas las banderas faenan extrayendo sin control cantidades industriales de pescado, especialmente el atún, esquilmando los recursos pesqueros del país, abortando el desarrollo futuro de una actividad pesquera propia, y arruinando a los pescadores tradicionales locales, sin que por otro lado ni la más mínima migaja de esta riqueza redunde en su población.

O como en estos días denuncia Gustavo Duch en su artículo “La burbuja del salmón”, produciendo toneladas de salmón en piscifactorías a lo largo de la costa chilena que luego inundan nuestros mercados a unos precios que en ningún caso reflejan el coste real de producirlo, el coste para la soberanía alimentaria de Chile, para su medioambiente, para su población, y, en última instancia para el consumidor final que ingiere unos animales criados en cautividad y atiborrados de medicación la cual que se incorpora a nuestra cadena alimentaria poniendo en riesgo nuestra salud.

Así pues, es mucho lo que hay en juego. Puede parecer una lucha muy desigual, un David contra Goliat, pero no olvidemos que cada uno de nosotros cuando consume, está haciendo una elección, y que de ella se derivarán directamente consecuencias para nuestra salud, nuestro entorno, nuestro futuro, nuestra sociedad, y nuestro planeta. Ser conscientes de ello y actuar en consecuencia es el único modo de plantar cara individualmente a este sistema.