Que Turquía es un país con una gran actividad sísmica es un hecho bien conocido por los expertos sismólogos y documentado desde hace siglos por cronistas de las distintas épocas. Un pasado de construcción-destrucción-reconstrucción del que el país parece no poder huir.
Turquía forma parte del cinturón orogénico alpino-himalayo, y, Estambul, su antaño capital, urbe de 18 millones de habitantes y una extensión similar a la de México D.F, se asienta sobre una falla tectónica: la falla de Anatolia del norte, la falla más activa y destructiva del país, que separa las placas tectónicas de Eurasia y Anatolia. Esta falla, que mide unos 1.300 kms de largo se extiende desde el norte de Turquía en el mar Egeo hasta el lago Van en el este y se va lentamente desplazando cada año con una progresión hacia el oeste de la actividad sísmica.
Recientemente, el terremoto que más afectó a la ciudad fue el de la vecina Izmit, a menos de 100 kms al este de Estambul. Este ocurrió en 1999, fue de magnitud 7.4 en la escala Richter y se saldó con la muerte de unas 18.000 personas. Los expertos saben que a menudo los terremotos tienden a seguir una secuencia regular, es decir, que el siguiente terremoto se producirá en la sección de falla adyacente a la última rotura.
Los expertos calculan que hay una probabilidad de entre el 35 y el 70% de que un terremoto de magnitud mayor a 7 ocurra cerca de Estambul en los próximos veinte años. La probabilidad se incrementa un 2% cada año por lo que es sólo una cuestión de tiempo. Es decir, no se trata de averiguar si la ciudad sufrirá un terremoto, sino más bien de conseguir averiguar cuando será para poder reaccionar del modo que cueste menos vidas.
Historia sísmica de Estambul
Aunque ningún terremoto llegó a reducirla a escombros, (de muestra un botón: las mezquitas de Santa Sofía o las milenarias murallas de la ciudad) muchos de los terremotos históricos de Estambul quedaron registrados por los cronistas de cada época. Es, realmente, tan extensa que narrarla me temo acabaría siendo una mera relación de fechas y desgracias, así que solo les mencionaré algunos de los más importantes.
En el año 358 d.C. la recién fundada ciudad de Constantino sufrió un gran terremoto que afectó, (igual que en 1999) a la vecina Izmit.
El siguiente de gran importancia se produjo en el año 437 d.c, seguido de otros de moderada importancia hasta la fecha de 557 d.c cuando un fortísimo terremoto dañó seriamente el Hipódromo, y algunos meses más tarde derrumbó la semicúpula oriental y parte de la cúpula principal de Santa Sofía. La cúpula (reconstruida en el 562) ha salido indemne de diez seísmos desde entonces, aunque sucesivos terremotos han dañado otras.
Como consecuencia de este seísmo, las viejas murallas de Anastasio se vinieron abajo, permitiendo a los kotrigures, una belicosa tribu nómada amenazar seriamente a la capital dos años más tarde.
El siglo VI fue testigo de otros dos violentos terremotos en el 580 y el 583. En el 611 se produjo otro más que trajo la «paz tectónica» durante más de un siglo a la ciudad. En el año 740 parece que el subsuelo despertó y que la calma se terminó.
Recién comenzado el 869, tuvo lugar otro intensísimo terremoto relatado por infinidad de fuentes que narraron que las réplicas se dejaron sentir durante cuarenta días. Santa Sofía, de nuevo, y la iglesia de los Santos Apóstoles, resultaron seriamente dañadas.
El año 989 es recordado por otro fuerte seísmo que afectó a Constantinopla y la Tracia, dejándose sentir hasta en el sur de Italia y que fue seguido por un tsunami que inundó los barrios más bajos de la ciudad. La cúpula occidental de Santa Sofía se hundió, y el acueducto de Valente también se vio afectado.
En 1202, el centro mismo de Constantinopla se puso a temblar con violencia, según el historiador Nicetas Choniates.
El último siglo de vida del Imperio Bizantino fue respetado por los terremotos. En la primavera de 1454, la actividad sísmica sorprendió a los nuevos señores otomanos. Y de nuevo en el 1489.
El 10 de septiembre de 1509, un seísmo de una magnitud estimada en 7,4 en la escala de Richter golpeó sin miramientos a la capital otomana ocasionando una inmensa devastación. Se derrumbaron unas 100 mezquitas y más de mil casas. Al temblor, según algunas fuentes, le siguió un tsunami desde el Mar de Mármara de hasta seis metros que golpeó con fuerza las murallas marítimas. El terremoto se sintió y afectó a todos los confines del imperio, y obligó al establecimiento de un impuesto especial para sufragar las obras de reconstrucción.
Otro gran terremoto tuvo lugar en mayo de 1766, las mezquitas de Eyüp y Fatih se desplomaron hasta los cimientos, cien estudiantes internos perdieron la vida en sus madrazas. Alguna torre de la fortaleza de Yedikule se derrumbó y el palacio de Topkapı sufrió daños muy importantes. 5.000 fue la cifra estimada de muertos.
El terremoto de 1894 (de unos 7 grados) tuvo su epicentro en el mar de Mármara, a unos 8 km del barrio de Yeşilköy. Poco después, el mar se retiró y una enorme ola precipitó contra las costas a las pequeñas embarcaciones que estaban en esos momentos en el mar. Los edificios públicos fueron los más afectados, ya que la mayoría estaban construidos en piedra, frente a la madera de las viviendas particulares, mucho más resistente frente a los terremotos.
El estado de ruina económica en que se hallaba el Imperio agravó la situación dificultando las labores de reconstrucción. La virulencia de este seísmo, que fue el último que vivió el Imperio Otomano, sería recordada durante mucho tiempo.
¿Está la ciudad hoy preparada para un terremoto de estas magnitudes?
Los edificios que antaño se construían en madera eran naturalmente “elásticos” frente a los terremotos, aunque este tipo de construcción casi ha desaparecido de la ciudad sustituida por los grandes bloques de hormigón de gran altura necesarios para alojar al éxodo masivo que llegó a la ciudad desde los años cuarenta.
En 2012 se aprobó una ley que obliga a derruir todos los edificios que no cumplan con los criterios de riesgo de terremotos. Hacer cumplir la ley significaría demoler unos 7.5 millones de edificios en dos décadas, la décima parte de ellos solo en Estambul.
Sin embargo, infraestructuras de reciente construcción sí han tenido en cuenta esta amenaza, por recordar recientemente el túnel submarino del metro Marmaray que cruza la orilla europea y asiática. Este fue realizado por un consorcio en el que expertos japoneses aportaron su amplia experiencia, y, de hecho, se dice que dicho túnel podría aguantar la sacudida de un terremoto de magnitud 9. O anteriormente el aeropuerto Sabiha Gökçen, su nueva terminal puede soportar la sacudida de un terremoto de magnitud 8, y, seguir trabajando después, vital para poder recibir ayuda del exterior en una circunstancia así.
Todos los edificios importantes de la ciudad se construyen ya con tecnología anti seísmo. Aunque dudo que esto sea así en el caso de las viviendas comunes y que no prime la especulación y el negocio por encima de todo.
Los estragos del próximo terremoto, sin duda que pondrán a prueba esta tecnología.
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