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Las recientes elecciones municipales en Turquía han estado marcadas por las continuas acusaciones de corrupción del gobierno en el poder, del islamista moderado Erdogan. El autoritarismo de los últimos meses y el recorte de la libertad de expresión han ido haciendo mella en una gran parte de la sociedad que ve peligrar las libertades y la bonanza económica de los últimos años y que perciben el totalitarismo de Erdogan como una amenaza real para la democracia, el laicismo y el futuro del país.

IMG_7388Demostraciones durante las elecciones en Estambul. FOTO ©  Francesc Morera

 

La deriva de Turquía

Por Ana Morales para GEA PHOTOWORDS

El pasado domingo se llevaban a cabo los comicios electorales más importantes de la reciente historia contemporánea de Turquía. El clima de crispación política de los últimos meses, los sonados escándalos de corrupción de un gran número de miembros del gobierno incluyendo al mismo primer ministro aireados a los cuatro vientos a través de las redes sociales o el recorte autoritario de libertades no han hecho sino atraer aún más las miradas del resto del mundo hacia Turquía. Especialmente desde Europa, su principal socio comercial y uno de sus principales socios inversores. El resultado electoral parece no haber cambiado nada, el pueblo ha dado la victoria al partido que lleva una década en el gobierno: el AKP, demostrando que aunque su popularidad estaba bajo mínimos ha tenido más peso la apuesta por la estabilidad. Sin embargo no hay que llevarse a engaño, puede que Erdogan se haya sentido respaldado en las urnas pero los meses de protestas y de críticas al gobierno desde distintos sectores de la sociedad y el desengaño está pasado una gran factura a la sociedad.

Europa no puede esconder su recelo ante esta escalada de autoritarismo que se viene produciendo en Turquía en los últimos meses y que comenzó en mayo del pasado año con el desalojo violento de grupos ecologistas que tomaron el parque Gezi de la ciudad de Estambul en un pulso al gobierno para evitar su destrucción. Estas protestas populares y no violentas de todo tipo de gentes y la brutal gestión de las mismas llevadas a cabo por las fuerzas de seguridad fueron sólo la punta de la lanza y el comienzo de un desgaste y una deriva autoritaria que ha ido in crescendo. En los meses siguientes se producirá la destitución de la mitad de los miembros del gobierno por acusaciones de corrupción, la reforma unilateral del sistema de elección de los miembros del órgano de dirección del Poder Judicial o las limitaciones a la libertad de expresión el pasado mes de marzo cuando el gobierno decidió restringir de nuevo unilateralmente el acceso a twitter y youtube sin la pertinente autorización judicial en un intento por controlar la difusión continuada de información comprometida de los corruptos.

Pero ¿qué hay detrás del partido mayoritario AKP, o Partido Justicia y Desarrollo que lleva más de una década asentado en el poder? ¿Y por qué ahora puede ser una amenaza? El partido fue fundado en 2001 por Erdogan junto con el actual presidente turco, Abdulá Gül y otros partidos islamistas moderados reuniendo en él a distintos sectores conservadores y nacionalistas que no veían una alternativa sólida de poder. Entonces las propuestas reformadoras del AKP atrajeron a muchos votantes laicos y pro-occidentales que no compartían su ideología, pero que veían en Erdogan al líder capaz de llevar a Turquía por el camino del progreso, de meter en cintura a los militares, desarrollar la economía y favorecer el acercamiento de Turquía a Europa. Todos estos compromisos han sido sobradamente cumplidos en esta década y Turquía ha resurgido como potencia regional pero los recortes de libertades y los casos de corrupción que asedian al gobierno han ido desencantando a aquellos sectores que no son sus votantes tradicionales y que ya no confían en él. El AKP, consciente de ello se ha centrado en sus votantes más fieles, aquellas facciones más religiosas y tradicionales de la sociedad turca así como los habitantes de las superpobladas barriadas de las grandes ciudades, donde los gestos populistas compran los votos de las clases más humildes que dependen en gran medida de la ayuda social. La permanencia del AKP en el gobierno pasa por favorecer a aquellos que le responderán en las urnas incluso si eso también implica hacer concesiones de ámbito religioso en un país como Turquía que se define como país laico. Y eso es un tema que preocupa. Ignorar las demandas de las clases medias y altas está polarizando la sociedad turca hasta unos extremos que amenazan con la ruptura.

IMG_6835Furgoneta con publicidad electoral. FOTO ©  Francesc Morera

El AKP obtuvo los 50% de los votos en las últimas legislativas de 2011. Tres mayorías absolutas y una década de crecimiento económico sin precedentes hubieran garantizado una hegemonía que no obstante antes de estas pasadas elecciones locales no estaba tan clara viéndose estos comicios como una moción de confianza a la gestión de su partido y convirtiendo estas elecciones locales casi en un referéndum para el primer ministro. Aunque Erdogan no era candidato en estos comicios, los resultados han aumentado las posibilidades que tiene de seguir en la presidencia tras las próximas elecciones de agosto.

Más de 52 millones de electores estaban llamados a las urnas para renovar a sus ejecutivos municipales, base de toda la acción política en una Turquía donde son los Ayuntamientos los que distribuyen y gestionan directamente los servicios y ayudas sociales. La maquinaria electoral islamista se encargó de recordar a los votantes más desfavorecidos de dónde procede la ayuda que perciben y quién la hace posible, renovando sus victorias en las áreas metropolitanas de Estambul y Ankara y de las grandes ciudades del interior de Anatolia.

Las principales ciudades del país eran esta semana una fiesta que hacía recordar a los albores de nuestra democracia. Cada barrio, cada plaza estaban adornados con millares de banderas de todos los partidos y con los carteles de los candidatos. Vehículos pertrechados con altavoces recorrían las calles de las ciudades con atronadoras melodías electorales y en los puntos neurálgicos de la ciudad puestos de merchandising y voluntarios repartían regalos, flores y promesas electorales. Grupos de gente participaban con verdadero entusiasmo en la fiesta, bailando y cantando consignas en un ambiente que era plenamente festivo y donde la bandera turca ondeaba por doquier.

Erdogan podría considerar, al menos por ahora, que ha superado los mayores desafíos en sus 12 años de Gobierno aunque haya sido a costa de actuar dictatorialmente pero la incertidumbre en cuanto al giro que puede tomar su política ya está haciéndose notar en su economía destruyendo la credibilidad conseguida en la última década y ensombreciendo su gestión. Y una nueva amenaza en el horizonte consecuencia del triunfo del AKP en estas elecciones locales: Erdogan podría convertirse en verano en presidente de la república, un cargo más bien honorario y con poco peso político pero sólo hay que girar la cabeza hacia su vecino ruso para saber que podría seguir siendo el primer ministro en la sombra o incluso cambiar la Constitución para multiplicar los poderes del cargo y así seguir abiertamente en el gobierno. Habrá que esperar acontecimientos para conocer el rumbo del país.