Ha vuelto a ocurrir, en un país en el que hace años llueve sobre mojado, un nuevo desastre natural pone aún más al límite a la población civil.
En 2021, tras una breve e ilusoria apertura al turismo y a la democracia, la Junta militar puso fin a la “fiesta” con un sangriento golpe de estado en el que derrocó al gobierno elegido democráticamente, encarcelando a los principales líderes, entre ellos el presidente Win Myint y la consejera de Estado Aung San Suu Kyi.
Desde entonces, el país se halla sumido en una crisis cada vez más profunda a la que hay que añadir una grave crisis alimentaria y una economía en declive.
El golpe provocó enormes protestas, miles de personas se echaron diariamente a las calles de modo pacífico para exigir la restauración del gobierno civil. Pero lo que inicialmente comenzó como una campaña de desobediencia civil evolucionó hacia una insurgencia generalizada que involucró a grupos rebeldes étnicos y prodemocráticos, desencadenando finalmente una guerra civil total.
Cuatro años después, continúan los feroces combates entre los militares, por un lado, y los grupos de resistencia armada, por el otro. Y, curiosamente, una investigación de la BBC reveló que, casi cuatro años después de tomar el poder, los militares controlan menos de una cuarta parte del país. Los ejércitos étnicos y una mezcla de grupos de resistencia controlan ahora el 42% del territorio, mientras que gran parte del área restante sigue en disputa.
Desde el comienzo de la guerra civil, más de 3,5 millones de personas han sido desplazadas dentro del país, perdiendo sus hogares y medios de vida, mientras que innumerables personas han muerto o resultado heridas debido a la violencia militar mientras que las naciones más poderosas del planeta, entre ellas China y Rusia (quienes les venden impunemente el armamento), siguen sin condenar el golpe militar y siguen tratando con estos criminales.
En este contexto, el pasado 28 de marzo de 2025, mientras el pueblo de estaba lidiando con las consecuencias del terremoto, Min Aung Hlaing, el líder militar, optó por bombardear a los civiles con aviones de combate en lugar de organizar misiones de rescate. Y es que, aunque han pasado ya cuatro años desde el golpe, el dictador continúa librando guerras en todo el país para aferrarse al poder.
El Gobierno de Unidad Nacional (NUG), formado por políticos y activistas prodemocracia contrarios a la junta militar en el poder, ha denunciado que el Tatmadaw (el ejército) ha reanudado los bombardeos sobre algunos pueblos controlados por milicias opositoras, a pesar de la catástrofe. Afirmaciones respaldadas por la ONU: “De acuerdo con los informes que estamos recibiendo desde el terreno, menos de una hora después del seísmo, el ejército estaba lanzando ataques aéreos”.
El poder del terremoto
El temblor se registró a las 12:50 hora local, a 10 kilómetros de profundidad. El epicentro se situó en la falla de Sagaing, a unos 17 kilómetros de Mandalay, la segunda ciudad del país,
El potente terremoto, de magnitud 7,7 azotó con brutal virulencia el centro de Myanmar, ensañándose particularmente en Mandalay, uno de los centros económicos y culturales del país donde han caído más de 2.600 edificios. Aunque no nos lo podamos imaginar tan siquiera, dicen los expertos que la energía liberada por el terremoto es equivalente a la de 334 bombas atómicas.
Las malas infraestructuras y la guerra civil que vive el país están obstaculizando gravemente las labores de socorro. El pasado 2 de abril el portavoz de la Junta birmana reconocía 3.000 muertos, pero se teme sea tan solo la punta del iceberg ya que el ejército tiene un largo historial en ocultar la magnitud de los desastres nacionales. Se espera que el número de muertos siga aumentando a medida que los rescatistas accedan a más edificios derrumbados y distritos aislados. De hecho, el Servicio Geológico de Estados Unidos comunicaba el mismo viernes que «es muy probable una cifra de muertos superior a 10.000 muertos», considerando la ubicación y la magnitud del terremoto.
Las réplicas seguirán representando una amenaza significativa durante meses ya que la continua colisión de las placas tectónicas india y euroasiática son una fuente continua de actividad sísmica. Y el acceso a la ayuda de la población que más lo necesita, dependerá en buena medida de la voluntad de las autoridades militares, quienes esperan sacar partido de la ayuda humanitaria ofreciéndola como moneda de cambio en las zonas que no controlan.
De momento, sabedores de que la situación puede empeorar mucho con la cercana estación de los monzones a la vuelta de la esquina y de que no llegará ayuda humanitaria si no hacen algún gesto, han dado un alto el fuego de dos semanas. Esperemos que se llegue a algún tipo de acuerdo más sólido para que se permita la ayuda internacional.
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