Y seguimos recorriendo el norte de Tailandia.
Desde Chiang Rai hasta Mae Hong Son hay 250 kilómetros, un largo camino de 6 horas por carretera o 25 minutos escasos en avión. Esta es la provincia más occidental de Tailandia. Limita (en el sentido de las agujas del reloj) al norte con el Estado de Shan en Birmania, las provincias tailandesas de Chiang Mai y Tak, al oeste de nuevo con los estados de Kayin y Kayah en Birmania.
La mayoría de las áreas de Mae Hong Son son complejas cadenas montañosas con abundantes bosques y junglas vírgenes, un paraíso por descubrir para los amantes de la naturaleza, la aventura y el ecoturismo. El 88,02% de las reservas forestales tailandesas se encuentran aquí. Esta es una provincia muy poco poblada y de gran riqueza étnica pues el 65% de su población no son thai sino que la conforman tribus de las colinas, entre otros karen, akha, shan, lisu, hmong y yao con sus propios dialectos, forma de vida, costumbres, gastronomía y tradiciones. Esta es la gran riqueza que atesora esta región del norte, sin embargo, la posición o las políticas del estado tailandés al respecto de esta gran población multiétnica ha sido desde hace décadas la de la asimilación cultural de todas ellas propiciando para ello incluso el contacto de los turistas con ellos creando infraestructuras que facilitan el acceso a las zonas más remotas con el previsible impacto para muchas de estas frágiles comunidades. La gente sobre todo en los viajes organizados llegan a Mae Hong Son por la misma debatida y criticada razón: visitar a las Mujeres Jirafas o Padaung, de la etnia karen.
Con un vehículo tipo ranchera visitamos un poblado donde convivían las conocidas como mujeres Jirafa con otras a las que llaman Orejas Grandes y Orejas Largas, de la misma tribu. El trayecto desde la ciudad es de una media hora por caminos complicados y poco transitados, cruzando ríos, traqueteando y tragando polvo en cantidad. Se ven algunos campos cultivados pero nos cruzamos con muy poca gente en los caminos. El paisaje es muy bonito. Justo antes de llegar, dos controles policiales, y es que estamos tan sólo a 7 km. de la frontera birmana y a este poblado se le tiene muy controlado porque aunque están asentados en territorio tailandés ellos son birmanos. El gobierno tailandés les permitió establecerse aquí allá por los años noventa en un momento de convulsiones políticas en el país vecino pero no dejan de ser refugiados y por ende, sin derechos. De hecho, en su estado de origen siguen las luchas entre el gobierno y los karen.
En realidad lo único que les diferencia de otros grupos étnicos es que ellos están aquí confinados. El único que puede salir del poblado es el jefe de la tribu y algunos hombres que trabajan en las tierras de los alrededores. Las mujeres permanecen en el poblado y reciben a los visitantes. En las montañas cercanas hay unos 10.000 individuos más, que están al otro lado de la frontera. Pero al igual que las demás minorías, carecen de la propiedad legal de la tierra y deben de convivir con normas y reglamentos que continuamente entran el conflicto con su visión del mundo.
En el camino no dejo de darle vueltas a la idea de la visita, pues después de visitar a los akkha y hmong me temo lo peor. Están aquí porque al gobierno de Tailandia le resulta conveniente que así sea, ya que atraen al turismo y generan negocio para el sector servicios de la zona pero no dejo de pensar si realmente esta gente se comportaría igual en su modo de vida tradicional o si de hecho esto que vemos se mantiene para contentar a las hordas de turistas. Qué pasa cuando se «baja el telón»? Porque ellos viven casi aislados pero no son ajenos al exterior. En las chicas más jóvenes a pesar de su sonrisa hay un deje de tristeza. Hablando con alguna de ellas veo que no están libres del influjo mediático y que saben lo que hay traspasando el puesto de control. Los turistas les dejan revistas, les enseñan expresiones de moda y hasta veo que alguna de ellas aparece en alguna foto con famosos de Hollywood como Sandra Bullock exhibidos con orgullo en el interior de alguna de las cabañas.
Y esto es algo con lo que tienen contacto a diario pero que les está vetados. Hay que decir que en su país de origen no se puede acceder a ellos porque están en un territorio en el que sigue habiendo enfrentamientos armados entre el gobierno birmano y esta minoría.
Nosotros accedimos solos al poblado pues aquel año en plena gripe aviar nadie se atrevía a viajar a Tailandia. Un gran error pues en una epidemia tan grave como esta se intensifican toda clase de controles, especialmente el alimentario. Con una guía local, paseamos entre las viviendas de la aldea, parando en una especie de caminillo central jalonado por puestos de artesanía atendidos por ellas mismas donde nos invitaban a charlar, (resulta que alguna hablaba español, y muy bien además. ¿?).
Sin duda, llaman la atención los pesados aros macizos que muchas de ellas, especialmente las de edad más avanzada llevan alrededor del cuello y en las rodillas y que son los que les dan su sobrenombre de «Mujeres Jirafa». Estos les deforman las clavículas por la intensa presión que ejercen sobre ellas y por ende, sobre el tronco dando la sensación de que los aros les alargan el cuello cuando en realidad les acortan el tronco. Al margen de sus implicación o significación cultural parecen un instrumento de tortura. Una mujer puede llevar hasta 30 de estos aros en su cuello, y la finalidad principal se supone que es estética, una mujer es más atractiva cuantos más aros lleva, pero escuchamos otras explicaciones peor intencionadas… y todas ellas tenían sentido. Una de ellas dice que los aros están asociados a la fidelidad, pues limitan mucho a la mujer, son muy pesados y con ello evitan que ellas puedan marcharse de la tribu o abandonar al marido. Otra dice que los aros, que también llevan en las rodillas, son para defenderlas de los animales, pues pasan tiempo solas cuando los hombres van a cazar. Los tigres suelen atacar al cuello y las serpientes a la parte de atrás de las rodillas. En cualquier caso, no todas las mujeres lo llevan, tienen ese “privilegio” las nacidas en miércoles, pero las demás si así lo quieren también los pueden llevar. Lo que es cierto es que la musculatura del cuello se les atrofia y si se quitasen los aros no podrían sostenerles la cabeza. Cada cierto tiempo los aros se retiran para ser limpiados y este es un proceso largo y que hay que hacer con precisión si no se quiere dañar a la portadora de los mismos que se encuentra indefensa sin su soporte.
El gobierno birmano hizo lo posible por acabar con esta práctica en el pasado ante el temor de que en el resto del mundo se les viese como «incivilizados», pero cuando vieron el tirón y los ingresos que este grupo generaban en el país vecino intentó que Tailandia las repatriase, sin éxito.
Algo que me sorprendió gratamente fue encontrar una bulliciosa escuela con bastantes niños. Aquí los niños estudian inglés, tailandés, birmano y su dialecto. Cerca de ella observamos una ermita cristiana, aunque no vimos a ningún religioso por allí. A modo de reflexión creo que el turismo, con todas sus connotaciones negativas va unido a la continuidad de esta aldea y viceversa, pues mientras los turistas visiten esta parte del país generando ingresos para ellas y para el gobierno, este permitirá que sigan asentadas aquí. Pero desde aquí sin embargo me tomo la libertad de no aconsejar su visita, o de al menos reflexionarlo, ya que se parece demasiado a un zoo, eso sí, de humanos. En cualquier caso, es bueno que si uno decide ir, se informe antes sobre lo que se va a encontrar. Es un ejemplo de tradición que pervive por razones puramente económicas, y este no es el primer ni el último caso que existe, pero cada uno debe valorar si ir o no en función de su propia conciencia. Enrevesado…
Destacar de Mae Hong Son dos templos, Wat Phra Kong Mu, de estilo birmano en lo alto de una colina desde dónde se ve toda la ciudad y el Wat Chong Klang, situado en la orilla de un lago.
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