Conste que en mi ánimo no está el conseguir defensores de una postura o de otra, sino simplemente reflexionar sobre ellas. Hay pocas ciudades en el mundo que susciten defensores y detractores más apasionados que aquellos que hablan de París porque París no deja a nadie indiferente.
Hace unas semanas leía en la revista Muy interesante un curioso artículo que hablaba sobre “el síndrome de París”, textualmente hablaban de que cada año una docena de turistas nipones acababan siendo hospitalizados al entrar en shock cuando visitando la capital francesa observan fuertes contrastes entre sus expectativas y la realidad parisina y sufren una crisis nerviosa. “Los educados turistas japoneses que llegan a la ciudad son incapaces de separar la visión idealizada de la ciudad creada a partir de películas como Amelie, de la realidad de una moderna y bulliciosa metrópolis y del rudo carácter de los franceses, a veces bastante groseros”.
Había oído hablar de dicho síndrome antes aunque desconocía el fundamento, de hecho es algo exagerado y hasta chistosa una situación así, pero lo cierto es que se habla de este síndrome siempre que la distancia entre las expectativas y la realidad es frustrante para el que la vive, es decir, es un problema de expectativas. Y ciudades que hasta la saciedad han sido vendidas por el cine como la meca del romanticismo, de la bohemia o de la belleza se prestan más que otras a la decepción quizás porque tenemos demasiada información o ideas preformadas sobre ella.
En el último año he visitado París seis veces por diversos motivos y con distintas percepciones, y he llegado a una especie de quórum, hay cosas que amo de ella y otras que me hacen odiarla, a pesar de su belleza, a pesar de sus encantos, a pesar de todo.
Cosas que amo de París,
- Haussmann, seguro que su nombre os suena, coetáneo de Napoleón III, fue el artífice de la imagen y renovación de París. Su obra alteró gran parte de la ciudad medieval y se calcula que transformó el 60 % de los edificios de París. Hay dos perspectivas sobre el Barón Haussmann: una la representa como el hombre que destruyó al París antiguo, y otra como el hombre que creó al París moderno, en realidad no es sino las dos caras de la moneda. Lo que está claro es que gracias a su intervención París se transformó en menos de dos décadas, de ciudad medieval a la más moderna del mundo. Todavía hoy, el nombre Haussmann personifica la ciudad de París en su identidad urbana más que ningún otro arquitecto posterior, a saber “Las normas eran claras para estos edificios de apartamentos: altura de 5 plantas, máximo 20 metros comprendiendo los entresuelos, tejados de cinc con mansardas, muros de piedra caliza, rejas negras, balcones como mínimo en los cuerpos 2 y 5, vanos rigurosamente alienados y remate de las chimeneas en gres rojo”
- Sus parques y jardines, sí, son un remanso de paz entre tanto caos y ruido. Incluso en enclaves tan demenciales como el entorno de la plaza de la Concordia, uno puede colarse en los jardines de las Tullerías, tomar prestada una silla que parecía estarte esperando, y sentarse en donde se le apetezca, bajo la copa protectora de un árbol, delante de una de sus fuentes, mirando hacia la torre Eiffel… París tiene multitud de espacios verdes donde romper con el ritmo frenético de la ciudad, bien cuidados y al servicio de sus vecinos. Y estos los usan.
- La gente haciendo suyos los espacios públicos, quien dice un parque dice la escalinata de una iglesia, la esplanada de cualquier edificio público, las orillas del Sena, sus puentes, sus jardines. Me encanta comprobar que cualquier sitio es susceptible de encontrar a individuos o grupos de personas sentados o tumbados en el suelo, leyendo, almorzando, fumando, tomando el sol, charlando…etc, sin complejos y tomando la ciudad. Estas escenas humanizan una ciudad que demasiado a menudo parece poco humana. A ver si en España tomamos nota.
- Los cafés. Sí, los románticos cafés con sus minúsculas mesitas redondas y donde la gente parece pasar las horas sin mirar el reloj. Sin prisas, en una suerte de hipnosis del café. Los parisinos aman los cafés, y se sientan hacia la calle para ejercitar uno de los pasatiempos favoritos de la ciudad: mirar a la gente pasar. Es una de las imágenes que más identifico con París.
- La belleza indiscutible de muchas zonas de la ciudad, creo que pocas ciudades en el mundo son tan familiares para el foráneo como París cuando se visita por primera vez y tan llenas de rincones preciosos, aunque cuidado con el síndrome de París, a veces las expectativas consiguen arruinar la experiencia convirtiéndola en decepción.
- Pasear por las zonas menos concurridas de la capital, lo que nos permite disfrutar de verdad de ella, encontrareis bellas fachadas de chillones colores con aire de otra época, patios interiores, librerías, floristerías, patisseries con unos escaparates tan bonitos que parecen de cuento, os impregnareis de ese sentir parisino que de otro modo se os escapará. Los franceses le llaman a este deambular sin rumbo flâner, pues eso, más caminar y menos metro.
- Las vistas desde la terraza superior de Notre-Dame, simplemente bellísimas, el París que todos amamos y reconocemos. El París de cuento de hadas desde un nido de águilas. No querréis bajar.
- Montmartre, reconozco que esperaba encontrar este barrio mucho más auténtico, pues realmente poco queda del alma bohemia que asociamos con los grandes pintores impresionistas, con los cabarés y con el movimiento intelectual del pasado siglo. No obstante, en Montmartre aún queda algo de esa esencia, va a otro ritmo y tiene rincones que te hacen pensar por un momento que estuvieses en medio de un pueblecito y no en la metrópoli.
Ahora vamos con lo que no me gusta de París,
- El exceso de turistas, eternas colas y masificación que acaban con las buenas intenciones y las ganas de conocer de cualquiera. Además el trato hacia el visitante deja bastante que desear, es como si hubiesen muerto de éxito, como si estuviesen cansados de que los foráneos profanemos sus calles y sus boulevares.
- Los precios absurdos. Conozco ciudades muy caras, pero París se lleva la palma. No por un servicio superior, no por una calidad superior, no porque esté de moda, sino simplemente porque es París, y uno ha de estar dispuesto a dejarse atracar a la vuelta de cada esquina sólo por ello, es como un impuesto revolucionario. A veces se te queda una cara de tonto…Hay que moverse a los distritos más populares para encontrar algo más asequible en cuanto a alojamiento, almuerzo, incluso mercado.
- El tráfico, ciudades como Londres ya han solucionado este engorroso y molesto problema pero para París es una asignatura pendiente. Es una pesadilla el ruido y los atascos que se producen por toda la ciudad. Esta última vez salí hacia el aeropuerto de Orly desde la plaza de la Concordia con un margen de tres horas, sin maleta para facturar y con la tarjeta de embarque ya sacada y si me descuido no llego a tiempo. Mi corazón no está para aguantar estos sustos!
- La comida, sin duda para mí una de las grandes decepciones de París, que no de otras partes de Francia. No es cuestión de precio, he comido en restaurantes con estrella Michelín, en bistros y en cafés más o menos renombrados, y el resultado ha sido decepcionante en todos los casos, ah! y como colofón la consabida factura de infarto…
- La falta de accesibilidad de la ciudad, los que hayan tenido la experiencia de verse en Paris con un carrito o con una silla de ruedas ya sabrán lo frustrante (de nuevo esa palabreja) y desmotivante que es. No es propio de una ciudad de las características de París que a estas alturas sea tan poco accesible.
- El clima, otra cosa que la gente desconoce, los días de cielo azul y temperatura primaveral de las postales son los menos. El clima de Paris es impredecible todo el año y es más parecido al de Londres que al de Barcelona. Id preparados.
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Totalmente de acuerdo, amo París, sus jardines, sus museos pero luego pienso en la cantidad de trafico y el precio de un café por ejemplo y pienso que no la quiero tanto.