En la actual Myanmar, antigua Birmania, el 89% de su población es de creencias budistas theravada  al igual que en Camboya, Sri Lanka y Tailandia, entre otros países. Pero las décadas de aislamiento que ha sufrido el país, han hecho que su práctica difiera de la de los países vecinos. De entre todos los países budistas, Myanmar es el único que tiene monasterios en los que se alojan más de 1.000 monjes. En particular, Maha Ganayon, en Amarapura es el máximo ejemplo de esto, ya que cuenta con más de 2.600 monjes. Esto, junto con los innumerables templos, pagodas, y lugares sagrados que existen en el país, hacen que Myanmar sea un destino de peregrinaje y que mucha gente de Tailandia, Taiwán, Corea, Singapur y Japón lo visiten.

En una población de unos 55 millones de habitantes, la sangha o comunidad monástica alcanza los 500.000 monjes y monjas, datos que confirman que la fe budista está más viva que nunca en Birmania, donde sobrepasan en número a los militares. En casi todas las familias hay algún pariente que es monje o monja. Las familias adquieren grandes méritos y respeto cuando uno de sus hijos “toma la toga y el cuenco”.

Cada niño entra por primera vez como novicio al monasterio de su aldea en torno a los 6-8 años de edad, en una ceremonia conocida como shinpyu, que sería equivalente a la primera comuniónen el cristianismo. Es una corta estancia de un mes, y a lo largo de sus vidas es más que probable que vuelvan a él por estancias más largas, que se hagan novicios, que se ordenen o, que pasado un tiempo como monjes ordenados regresen a la vida civil, pues esta no es una decisión de por vida, y el tiempo dedicado al estudio y pasado en el monasterio son méritos acumulados para el individuo.

Mandalay es el centro cultural y religioso del budismo en Birmania con sus eternas colinas de Sagaing plagadas de monasterios envueltos por  la bruma, el lugar elegido por Siddarta Gautama para su retiro.

 

Los monjes desafían a la Junta Militar

Esta extensa comunidad, muy respetada en todo el país, iguala en número a los militares. En 2007, en lo que los medios denominaron “la revolución azafrán”, occidente se quedó perplejo cuando estos abanderaron manifestaciones de protesta tomando pacíficamente las calles para protestar por la subida del precio de los combustibles que se elevaron en un 500 por ciento de un día para otro y sin aviso. Fueron las manifestaciones contra el gobierno más numerosas de los últimos 19 años. Hubo muertos y heridos, pero fue innegable que le echaron un pulso al gobierno y que lo ganaron. Los monjes desafían a la junta en asuntos en los que tienen autoridad moral. Y ahora se han convertido en los líderes del movimiento opositor.

Los monjes no pueden votar, pero son la población más formada y la que goza de una vida más cómoda gracias a las donaciones diarias de la gente sencilla que los mantienen. Y la vida monástica no los mantiene alejados de la sociedad, muy al contrario, son conscientes de la opresión y de las carestías que sufre el país. Por ello, si hay un colectivo que por conocimientos y convicciones pueda plantar cara al gobierno a pesar de su pacifismo, son ellos.

Desde los incidentes de 2007 se les considera una suerte de tercera fuerza política en el país que está al tanto de todos los acontecimientos y que tienen muchísimo poder de convocatoria y de convicción, pues son además la institución más organizada después del ejército birmano.

Pero esto no es algo nuevo, en la historia, el clero budista desempeñó en tiempos antiguos un papel central como asesor y guía de la política nacional en las cortes reales. Cuando Birmania pasó a ser colonia británica, los monjes estuvieron a la vanguardia del movimiento contra el imperialismo occidental. Su activismo político prosiguió aun después de la independencia, cuando el país estuvo gobernado por sucesivas dictaduras tras el golpe de Estado de 1962. Muchos fueron masacrados en las manifestaciones  estudiantiles de 1988.

Además los monasterios o kyaung cumplen una importantísima función, especialmente en las zonas rurales, donde apenas hay escuelas. Gracias a las donaciones de los laicos se hacen cargo de la enseñanza básica de los niños más pobres, a los que cuidan y alimentan mientras los padres trabajan. Habrá quien vea la sombra del proselitismo tras estas acciones, pero lo cierto es que tras visitar muchos de ellos y ser cordialmente recibida, veo que se trata de una cadena de favores que cohesiona a la sociedad y que intenta subsanar las carencias de un país que durante décadas ha gastado cerca del 50% del presupuesto nacional en defensa, y apenas un 3% en educación y sanidad, (lo que supone menos de 1$ por persona al año en educación y sanidad).

Respecto a las mujeres, también pueden seguir el camino de la religión, pero no se espera de ellas que lo hagan. En una ceremonia de ordenación parecida a la de los hombres, toman los votos y dentro del ritual, se afeitan la cabeza, se perforan las orejas y toman las togas rosas. Este colectivo femenino no recibe tantas ayudas  y donaciones como el de los monjes. Ellas, además de su entrega a la oración y el estudio, deben cultivar la tierra y proveer para hacer sostenible su comunidad.

 

 


 

Ana Morales

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