A pesar de la enorme diversidad humana, geográfica y religiosa que uno puede encontrar en el subcontinente, el viaje a la India no está completo sin la visita de la ciudad santa entre las santas, Varanasi. Consagrada a Shiva y conocida a lo largo de los siglos con diversos topónimos  como Kashi “la luminosa”, Benarés durante la etapa colonial, o actualmente Varanasi, la ciudad palpita a los pies del río Ganges desde hace más de 40 siglos. Es una de las urbes más antiguas del mundo.

El Ganges es el río más largo de la India, ya que desde su nacimiento en el Himalaya hasta su desembocadura en el Golfo de Bengala recorre más de 2500 kms. Es, además el más sagrado en cuanto que posee la virtud de purificar a los hindúes de todos sus pecados, acabar con el sufrimiento de la vida, romper el ciclo de reencarnaciones (moksa) y alcanzar la iluminación o  nirvana. Varanasi causa una profunda impresión en el viajero, especialmente en el  occidental, que  percibe un aura mística que no sabe descifrar.

Comienza lentamente a amanecer en sus orillas, los grises se van difuminando suavemente y toda una gama de dorados  y rosados van inundando lentamente el paisaje. Recorrer en barca la bellísima ribera jalonada de antiguos palacios, templos y escalinatas  es una experiencia única y es que observar la vida en torno a los  setenta y cuatro ghats que se sumergen en el río es como observar una densa pintura de El Bosco. Aún no eran las cinco de la mañana, pero ya había gente haciendo sus abluciones matinales en estas aguas tan veneradas.

Como espectadores, la ribera se nos antoja como un atestado decorado en el que desfilan los figurantes,  una compacta multitud en distintas actividades y actitudes: peregrinos de todas las edades y castas haciendo sus rituales purificadores, vendedores de guirnaldas y objetos para el culto, lisiados, hileras de mendigos, santones y hasta una variada  fauna doméstica que rumia los yerbajos que crecen entre los resquicios de las escalinatas. Otros realizan oficios en sus escalinatas, lavando  la ropa o la loza. El barbero atiende a sus clientes con gran diligencia y un joven pasa ofreciendo te. En el último escalón, un hombre con una especie de cedazo, e inmerso hasta las rodillas en el negrísimo fango de la orilla, lo cuela en busca de objetos de valor perdidos por los difuntos, cadenas, dientes de oro…etc.

Una compacta multitud en distintas actividades y actitudes haciendo ofrendas a la diosa Ganga, desde antes de que sale el sol hasta la profunda noche. Pero quizás lo que más nos sorprenda son las cremaciones que día y noche se llevan a cabo en las humeantes piras junto al río. Porque Varanasi es la ciudad de la muerte, y todos esperan encontrarse cara a cara con ella en esta ciudad. Caminando por los retorcidos y caóticos callejones del Chowk, su barrio más antiguo, la gente no parece reparar en los coloridos fardos envueltos en brillantes telas y guirnaldas que la atraviesan  en parihuelas de puro habitual. La muerte está tan presente que está desmitificada.

Manikarnika, o «templo de los pendientes de rubí», es el ghat más sagrado para el ritual de la cremación. Su atestada orilla  nunca para de humear. Se dice que algún día se han llevado a cabo más de 300 cremaciones, y es que la cremación se puede hacer en una incineradora eléctrica, pero para obtener buen karma se debe hacer así, con leña y usando el fuego que desde hace siglos nunca ha parado de arder, custodiado por la misma familia a lo largo de generaciones. Esta lo vende en función de lo que cada familia puede pagar. Un precio simbólico de una rupia o uno de un millón…

Pensaba que presenciar una cremación, aunque fuese desde la orilla, sería algo muy desagradable, y no niego que me causó mucho respeto, pero una vez allí no lo sentí así. Por la noche hay una gran actividad en torno a los ghats,  a pesar de la oscuridad la silueta humana se aprecia perfectamente tras las rojas llamas, y te das cuenta de que no causa horror ni es desagradable, sólo inspira silencio y respeto, incluso diría que es bello. A fin de cuentas, tras estas llamas se espera terminar con el sufrimiento de la vida y romper con el ciclo de las reencarnaciones, para así alcanzar el Nirvana. Y para estas gente eso lo es todo. Es el sentido  de su existencia y su culminación.

Como decía, la actividad nunca cesa en Manikarnika, en torno a las piras ardientes multitud de sin casta o intocables realizan toda clase de menesteres a fin de que todo llegue a buen fin, removiendo la leña, atizando las llamas, recolocando restos a medio calcinar donde rugen las llamas…la familia masculina del difunto le acompaña hasta que finalmente los restos, se hayan o no consumido con el fuego son arrojados al río. Hay que aclarar que no se incineran los cuerpos de aquellos que no han conocido el sufrimiento de la vida, bebés, adolescentes…sino que son trasladados por los doms (la casta de los intocables que se dedican al tema funerario) en barca hasta el centro del río y allí, atados a algún peso son abandonados a su suerte (…) Tampoco se incinera a los santones o sadhus.

Inmensos buitres, caimanes, cocodrilos, serpientes marinas y peces tienen el sustento asegurado con los restos humanos que no se han consumido o con los de aquellos que no se incineran y son enviados a “descansar” al fondo del río atados a una gran losa. Imaginar el lecho del río es de pesadilla, sin embargo, y a pesar de todo, hay quien  bebe este agua cada día y quien se hace unos largos… supongo que la fe es un potente inhibidor del pensamiento y de la razón, pues  nosotros seguramente no entraríamos voluntariamente ni un pie en esas aguas.

Santon en VaranasiEs curioso, pero a diferencia de otras ciudades, la riqueza de Benarés no está en sus templos ni palacios, que son dignos de elogio, sino en la vida-muerte que fluye junto al río sagrado, y  en torno a sus escalinatas de piedra que se adentran cual profundas raíces en él desde la noche de los tiempos…Son los testigos mudos del fervor y el dolor y a su vez, los cómplices del ritual.

Desembarcar en Manikarnika, nos permite adentramos en el barrio de Vishwanata, conocido popularmente como el Chowk, un barrio antiquísimo que bordea los ghats, de estrechísimas y sombrías callejuelas donde apenas entran los rayos del sol y donde estoy segura que no se me ocurriría andar sola de noche. Incluso de día da un poco de desconfianza, pues a medida que vas adentrándote en él  te das cuenta de que no hay forma de orientarse, ni de  ver lo que va a surgir tras doblar la siguiente esquina.

Más de uno ha desaparecido sin dejar rastro en este milenario laberinto y los maltrechos carteles con fotos ya descoloridas de muchos extranjeros nos miran desde sus muros. Una vez en el interior, multitud de anuncios y de pintadas en las paredes nos señalan el acceso a templos, casas de huéspedes, escuelas de yoga, tenderetes en segundas plantas… y salen al paso todo tipo de construcciones, que uno no sabe en realidad si están ruinosas o a medio construir, o ambas cosas. De las fachadas de los antiquísimos edificios surgen poderosas raíces que literalmente las abarcan…, o, es al revés?  ¿De las raíces surgen los cimientos que sustentan a los mismos? En realidad todo es posible aquí, donde el caos urbanístico crea estampas imposibles de equilibrio y espacio, y donde se amontonan unas contra otras las construcciones.

Herrumbrosas celosías, paredes enmohecidas y desconchadas, pinturas casi extinguidas como los girones raídos de un tapiz…Las pardas colonias de palomas nos vigilan desde las negras marañas del cableado eléctrico que cruzan de un edificio a otro…y, sin embargo, aquí hay vida, color y curiosas estampas cotidianas a escasos metros de las piras funerarias. Porque el Chowk es un barrio animado y hay de todo. Minúsculos negocios-vivienda, insistentes vendedores ambulantes, mendigos, santones con bastón, turistas despistados, militares y muchas vacas! Todos se cruzan dentro del laberinto.

Encontramos el Golden Temple, bueno, es una réplica del original que fue arrasado por Aguranzeb, y queda totalmente oculto entre estas callejuelas. Dentro de su  perímetro hay soldados armados y un arco detector de metales, que supongo no funciona pero pretende intimidar. En realidad demasiada historia para no poder acceder dentro y para conformarnos con ver tan sólo sus cúpulas doradas desde la enrrejada ventana superior de una tienda de tejidos. El Golden Temple ha sido objeto de atentados por parte de los musulmanes en el pasado, y de aquí este despliegue. Lo cierto es que no podemos ver el lingam de Shiva, que es lo que le da  el título de templo más sagrado de la ciudad.

Dicen que aquí en Varanasi es donde se puede realmente observar la verdadera psicología india, y es aquí donde de verdad vemos la interacción tan fuerte entre la religión y la vida cotidiana, donde asimilamos un poco las cosas.

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La ciudad moderna no me ha gustado por el caos absoluto en el que se halla inmersa, pero esta ribera me ha conmocionado, creo que es preciosa y muy espiritual. He encontrado más de lo que esperaba y me llevo conmigo una fuerte impresión de este paisaje físico y humano que sin duda me ha tocado más que todos los bellos templos y ruinas que hemos dejado atrás en el camino. Imprescindible.

 

 


 

Ana Morales

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