Es inevitable asociar a la ciudad roja con su Medina, su plaza de Djemaa-el Fna o sus zocos, y no porque no tenga otros encantos, tesoros artísticos o lugares históricos que por sí solos ya serían reclamo para el foráneo, sino porque la Medina tiene la capacidad de trasladarnos en el tiempo, y atrapa y abduce a todo el que se adentra en ella.
Sí, la Medina de Marrakech como la de Fez parecen escenarios sacados de otra época, un magnífico ejemplo de urbanismo medieval islámico, que vibra y rezuma vida por todos los recovecos y pasadizos que la atraviesan. La medina de Marrakech fue reconocida como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985, y aunque no es la más grande, (ese honor lo tiene la de Fez) sí es la que posee el zoco más grande del país y una de las plazas más concurridas de África y del mundo, Djemaa-el-Fna. Las murallas de Marrakech la rodean, preservando sus secretos y el modus vivendi de sus moradores y cerrando el casco antiguo con nueve puertas que fueron construidas por el almorávide Ali Ben Youssef, en 1126-1127.
El acceso a la Medina se puede hacer a través de cualquiera de ellas, pero es muy probable que accedamos a los zocos desde un lateral de la célebre plaza de Djemaa-el-Fna, el corazón de la ciudad desde su fundación y a la vez un transitado y pintoresco mercado al aire libre que va transformándose a medida que va transcurriendo el día. Antaño éste era el lugar donde el califa castigaba, torturaba y ajusticiaba públicamente a los delincuentes, y donde luego de modo persuasivo se exponían las cabezas de los ejecutados hasta que se pudrían al sol. Al margen de esta macabra reseña que me podría haber ahorrado (pero que creo necesario comentar pues el propio nombre de la plaza significa “Asamblea de muerte”), la plaza no tiene nada de muerta, todo lo contrario.
Es una plaza única en el mundo que nos llevará de sorpresa en sorpresa. Un espacio que va cambiando de fisionomía a medida que transcurre el día. Por las mañanas está tranquila, peatones, lugareños paseando, peones acarreando fardos, muchas motos, algún que otro burro cargado de mercancía fresca, y puestos de dátiles, turrones y de venta de zumo de naranja. Poco a poco van llegando campesinos y vendedores ambulantes que van colocando sus esterillas sobre el suelo de la plaza, ofreciendo sus mercancías y servicios a los viandantes. Saca muelas (de esos que sacan los dientes con tenazas), escribientes, barberos, encantadores de serpientes, curanderos, tatuadoras de henna, aguadores…pero el punto culminante de la plaza comienza cuando el sol empieza a descender, entonces esta vuelve a cambiar de piel y se convierte en el principal reclamo de ocio de la ciudad.
Rodeada de cafés y restaurantes, con sus terrazas a pie de calle y con vistas panorámicas de la plaza, parece entrar en ebullición. Gentes de todos los rincones se dan cita en torno a los humeantes puestos de comida que han surgido por decenas, los animados grupos de músicos gnauas, cuentacuentos, malabaristas y tragafuegos, echadores de cartas, adiestradores de monos, pícaros y trileros… todos tienen su público. Corrillos de humanidad rodean a los protagonistas hasta que otra atracción capta de nuevo su atención. Es algo que nos hace pensar en la vida de las ciudades medievales europeas, esas que solo hemos conocido a través de las películas y la literatura y que quedan lejos de este siglo.
La UNESCO reconoció en 2008 las literaturas de transmisión oral como un Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad que hay que proteger en todo el mundo, y concretamente señaló la tradición de los contadores de cuentos de la plaza Djemaa-el-Fna de Marrakech como ejemplo. Relatos y leyendas que se han transmitido oralmente, de generación en generación, sin haber sido nunca registrados por escrito y que han llegado hasta nuestros días.
El discurrir por los zocos de la Medina es un viaje en el tiempo en pos de tradiciones milenarias y oficios olvidados que aquí podremos contemplar. A pesar de que es inevitable sentir una abrumadora sensación de aturdimiento y caos, lo cierto es que el local sabe exactamente a dónde dirigirse en función de lo que necesite comprar, pues los distintos gremios se distribuyen por calles o zonas, cada una especializada en una mercancía, por lo tanto no sólo sabrá a qué zoco se tiene que dirigir, sino que además podrá ver y comparar precios y calidades con la competencia. Según vayamos avanzando nuestros sentidos serán literalmente bombardeaos con infinidad de sensaciones, el ruido, el gentío, las motos que esquivan a los transeúntes, los olores o el color de las mercancías que invaden la calzada y cubren las fachadas de los establecimientos en un muestrario inacabable que se sucede tienda tras tienda. Perderse es obligado ya que intentar orientarte con un mapa es casi una misión imposible, por ello, dejémonos llevar. Los mejores descubrimientos ocurren así, sin buscarlos, por casualidad.
La Medina está repleta de talleres, comercios y negocios. Junto a los consabidos souvenirs pensados para el turista que compra con compulsión (de ínfima calidad y alto precio), se alternan auténticas joyas de artesanía fabricadas usando técnicas que han sido transmitidas de maestros a aprendices desde la Edad Media. Objetos que parecen de otras épocas pero que podremos ver cómo se fabrican en esta en los zocos de los caldereros, los fabricantes de alfombras, los curtidores, los tintoreros o el zoco de los burros. En la conocida como plaza de las especias, o Rahba Kedima se encuentran las “farmacias naturales” o “farmacias bereberes” con puestos de especias y plantas medicinales. Analgésicos, potenciadores de la virilidad, crecepelos, laxantes, barbitúricos. Mirando los tarros de vidrio de sus estanterías os podéis pasar las horas pues hallareis toda clase de raíces, semillas y tubérculos para distintas aplicaciones terapéuticas además de artículos de higienes y belleza como esencias, alumbres, khol, exfoliantes, almizcles, hennas, y savons noirs. Sólo hay que consultar al tendero o al aprendiz, y veréis que dicen tener mezclas y soluciones para todo. Una calleja que sale junto a la plaza nos sorprendió por alojar cantidad de tiendas que parecían seguir en esta línea pero que sin embargo exponían una mercancía… algo extraña.
Se veían toda clase de pieles de animales muy atípicas, así como despojos secos (cabezas, patas, dientes o colas) de animales y productos vegetales que por lo que nos contaron in situ sirven para elaborar elixires, pócimas y remedios varios de medicina tradicional. Vistos los componentes más bien parecían remedios de magia, de esos que se echan a cocer en un humeante puchero (y no sabría decir si blanca o negra la verdad). Aquí se exponían en cestos y colgando de las fachadas patas y garras de alimañas, caparazones de tortuga, reptiles y anfibios disecados de distintas especies, cuernos de gacela y de búfalo, pinzas de crustáceos. Vendían también animales vivos para las mismas prácticas, tuve en mis manos un halcón, (que por lo visto compra la mujer casadera, aunque desconozco con qué finalidad) camaleones (que dicen quitan el mal de ojo) y tortugas, confinadas en pequeñas jaulas. Un simpático tendero aún a sabiendas de que no éramos clientes potenciales nos mostró elixires de amor y amuletos contra el mal de ojo y otras supersticiones.
En un lateral de la misma plaza Rahba Kedima junto al Café des Épices accederéis al zoco de las alfombras (o de Zrabia) que se ubica en la Criée Berbère, donde en la antigüedad se subastaban esclavos. Aquí encontrareis alfombras, tapices y kilims, de todos los precios y motivos y que se exponen colgando de las paredes y fachadas que dan a la plaza, llenándolo todo de color alrededor de las vendedoras que ocupan en centro de la misma. Pilas de cestos y artículos de mimbre y de lana son tejidos in situ por las mujeres que refugiándose del sol bajo un parasol trabajan con gran laboriosidad. Es de los pocos lugares donde vemos a mujeres trabajando en el comercio ya que la mayoría de los negocios son regentados por hombres. Otro zoco que nos gustó por su explosión de colorido fue el de los tintoreros. Seguramente os encontrareis con alguien “dispuesto a enseñaros el proceso de teñido de las lanas y tejidos” que podéis ver secándose tendidos de cuerdas que van de lado a lado de la calle en un abundante muestrario de intensos colores: azul índigo, fucsias, verdes y amarillos.
Y seguramente también después acabareis visitando su tienda, o la de algún allegado o amigo…esto es casi una institución en Marruecos y en las Medinas aún más, los falsos guías se ganan la vida llevando clientes a las tiendas, aunque sea una actividad prohibida. En el zoco Belaârif trabajan los herreros. Podréis ver como los artesanos forjan el hierro, rejas, lámparas y candelabros. O el del cobre, Souk des Chaudronniers, donde los caldereros trabajan con utensilios como buriles, escalpelos o martillos el latón, el bronce y sobre todo el cobre, repujando, soldando y grabando motivos decorativos. Artículos de gran belleza sin lugar a dudas.
En fin, me llevaría un tratado casi describir todas las sensaciones que provoca el zoco, nosotros accedíamos por la proximidad de nuestro hotel desde la puerta de Bab Doukkala, donde había una oferta de comercio que podría calificarse como más local, ya que había numerosos puestos de venta de alimentos: verduras, carnes, pollerías y casquerías de cordero que hacen arrugar la nariz, deliciosos dulces, caracoles cocidos en un humeante vapor, y tejidos y ropas en concurrido batiburrillo donde las mujeres examinaban minuciosamente las prendas.
Accediendo por la puerta de Bab Debbarh, situada al nordeste, podréis visitar las curtidurías. Notareis su presencia por los fuertes olores que desprenden los pellejos de cordero, cabra y hasta camello en proceso de curación que luego serán convertidos en toda clase de artículos de piel y marroquinería. Si no habéis tenido la oportunidad de conocer las de Fez no perdáis la oportunidad de visitar las de Marrakech, es un oficio que sólo se puede ver ya aquí y en Fez. Si os dicen que en Tetuán también creedme, allí hay poco que ver. Tras la fiesta del cordero hay algo de actividad, pero no es constante, allí no vereis la actividad que podreis ver aquí o en Fez, donde son una institución.
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5 Comments
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M’encanta Marraquesh, un lloc en el mon molt especial, fotos increibles amb aquesta olor I color que desprenent, que et donan la sensacio que estas alla, suoer maques I molt ben fetes!
DE LA MANO DE TU MAGNÍFICO REPORTAJE,HE REVIVIDO CON GRAN NOSTALGIA AQUELLOS LUGARES.
GRACIAS ANA.
Muchas gracias por sus palabras Emiliano, me alegro mucho de que le hayan recordado buenos momentos,
Un saludo,
Qué blog más interesante, no lo había visitado.
Saludos viajeros, Marraquesh me encantó en su momento, salvo el momento guiri de la plaza con la serpiente, jajajaa
Muchas gracias Paco por tu comentario. Estoy de acuerdo contigo, Marrakech no tiene desperdicio al margen de turistadas.
Esperamos volver a verte por aquí!