Quiero dedicarle unas breves pero sentidas palabras a una persona muy importante para mí que hoy hace tres meses nos fue arrebatada por el COVID. Mi padre hubiese soplado el lunes próximo las velas de 73 esplendorosos años, en plena forma física y mental, si el enemigo invisible que algunos todavía niegan no se hubiese cruzado inadvertidamente en su camino.

 

El príncipe de las mareas

No se puede decir que fueras un gran viajero, ni siquiera que te entusiasmase viajar. Al menos yo nunca te conocí esa faceta. Cambiar de aires, sí, pero alejarte demasiado de tu zona de confort, sencillamente para ti no compensaba. Con los años parece que aún te reafirmaste más. Lo tuyo era el sol y la playa, y, supongo que esa entre otras fue una razón de peso para que cuando éramos bien pequeños nos trasladásemos de residencia junto a la costa.

Para ti ninguna playa paradisíaca merecía la pena teniendo tan cerca las de Málaga o Cádiz. Supongo que en Málaga por la familiaridad que dan décadas de interminables jornadas playeras entre amigos, desde el hamaquero hasta la familia del chiringuito. O en Cádiz por la belleza de esas playas interminables de Conil o Vejer de la Frontera que subyugan con sus calas y acantilados en unos tramos y sus dunas y belleza natural en otros…

Sin embargo, recuerdo que cuando consiguieron montarte en un avión rumbo a la República Dominicana, casi obligado y en contra de tus convicciones, no querías volver. No pudiste extender tu estancia porque no había disponibilidad pero incluso quisiste comprar un terreno para construirte una casa allí… un caso.

La playa era tu elemento natural. La caminabas por la orilla de punta a punta, incansablemente, cada día. También pasabas tu tiempo en la orilla, en jarras, demasiado a menudo enfrascado en una conversación con algún conocido, paisano o algún recién estrenado amigo. Disfrutabas encontrándole la filiación a cualquiera, y es que si se puede decir de alguien que tenía amigos hasta en el infierno, ese eras tú.

Reconozco que yo no soy tan fan de la playa, al menos no en verano.

Estos últimos años nos reuníamos allí para poder tener un día de playa en familia, y para que vuestra nieta os pudiese disfrutar. Ella, que hizo su bautismo de sol y sal con tan solo quince días de vida y que también allí está en su elemento natural.

Este verano me va a resultar realmente extraño buscarte con la mirada desde el paseo marítimo, asomarme expectante entre las hamacas y que no estés allí, pendiente de nuestra llegada, embadurnado con crema solar hasta las cejas, con muchas horas de sol ya en la piel y deseando ponernos al día de los más variados temas.

Genio y figura, tu marcha prematura nos ha dejado en shock. Dicen que es ley de vida que tú hayas emprendido el viaje sin retorno antes que tus hijos, y en condiciones normales es a lo que todos aspiramos, lo natural. Sin embargo, ¿por qué esto no me consuela en absoluto? ¿Por qué tengo la incómoda y molesta sensación de que nos han estafado? Tu marcha no ha tenido nada de normal ni de natural, te has marchado sin saber que lo hacías, aislado, sin despedida. Sin nuestro cálido abrazo, sin tenernos a tu lado. Esto me produce una tristeza infinita y por más que espanto estos pensamientos cada vez que me asaltan, presiento que siempre estarán ahí.

Afortunadamente tengo la suerte de poder recurrir a infinidad de momentos llenos de gratos recuerdos a los que aferrarme haciendo más soportable tu partida.

Engrosas las horribles cifras de la pandemia pero nunca serás uno más porque tu recuerdo sigue vivo entre nosotros… te queremos y nunca te olvidaremos papá.