Marruecos es un destino que encierra muchos destinos. Un amplio abanico de experiencias y sensaciones difíciles de encontrar en otros países, especialmente cuando hablamos del Gran Sur y el desierto. El fotógrafo Francesc Morera, colaborador habitual de Cuaderno de Viajes comparte con nosotros sus vivencias y su apasionante viaje al sur del país.

Aunque ya conocía las ciudades Imperiales y el Norte de Marruecos, recientemente he tenido la oportunidad de realizar un taller fotográfico en el Sur del país, en el que nuestro interés como fotógrafos, era no sólo conocer de primera mano el desierto y sus habitantes, sino poder captar ese mundo en imágenes.

Con la cámara en mano y después de unos días atravesando la cordillera del Atlas, descendemos por la zona de Tafilalt, donde la cercanía del desierto empieza a notarse en el aire. Ante nuestros ojos se abre un paisaje único: la Garganta del Ziz, el mayor palmeral del mundo con más de 800.000 Extensive palm grove in Ziz river gorgepalmeras datileras, “la Mesopotamia del Magreb”, una grieta verde de más de 100 kms en medio de una zona árida que sigue el cauce del río Ziz entre Er-Rachidia y Erfoud. De aquí es originaria la dinastía alauita a la que pertenece el rey Mohamed VI, y que floreció económicamente por estar situada en el límite del desierto favoreciendo el comercio con las caravanas que venían del Africa negra.

Camino hacia el Gran Sur, nuestro destino es Merzouga, la puerta del desierto del Erg Chebbi. Este Erg (mar de dunas) es un desierto pequeño con una longitud de 22 km de norte a sur y 5 km de este a oeste, rodeado por la “hammada”, una llanura pedregosa que lo separa del desierto de Argelia.

El Sáhara marroquí no comparte con Argelia y Libia su grandiosidad, pero ello no disminuye en absoluto su belleza, ya que sus dunas de hasta 150 metros de altura ofrecen un entorno natural de belleza incomparable que nos permiten disfrutar de la majestuosidad que despliega el desierto.

He de decir que antes de partir había escuchado algunos comentarios en los que se hablaba muy desfavorablemente del Erg Chebbi, las quejas lo acusaban de haberse convertido en un lugar muy frecuentado por excursiones de turistas que perturbaban la paz que uno espera encontrar en un desierto.  Pero en nuestro caso no fue en absoluto así, quizás por las fechas elegidas o por contar con una organización profesional desde Marruecos que conocía el trabajo fotográfico que queríamos realizar.

BereberDecidimos hacer nuestra travesía de tres días por el desierto a la antigua usanza, a pié y a lomos de un dromedario, un “mehari” como dicen los Tuaregs. Para ello contamos con unos camelleros bereberes, Yussuf y Hassan que conocían perfectamente el desierto, y que nos sirvieron de apoyo en nuestro recorrido.

Hay que recordar que el pueblo bereber o imazighen (hombres libres) han sido desde hace más de 6.000 años los pobladores del norte de África, desde Marruecos hasta Egipto, y desde el Mediterráneo hasta el Sahel, y que con su organización en tribus dominaron la zona enfrentándose al pueblo árabe durante la edad media. En la actualidad la islamización del pueblo bereber se ha extendido, pero su lengua y sus costumbres siguen vigentes en varias zonas de Marruecos, Argelia y la zona habitada por los Tuaregs en Mali y Níger. Su antigua reputación de valientes guerreros se ha transformado hoy en día en la de perfectos anfitriones, que hacen de la hospitalidad su ley.

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Después de una cena con música y de un reparador descanso en el albergue situado a la entrada del desierto, comenzamos nuestra travesía adentrándonos en el impresionante mundo de las arenas del Sahara.

Nuestra caravana  avanza entre las dunas con los camellos cargados con todo lo necesario para nuestro viaje: agua, víveres, utensilios de cocina, tiendas, etc., y nuestro paso lento, a veces a pié a veces a lomos de un dromedario discurre bajo un cielo azul mientras nos va envolviendo el silencio, que sólo se quiebra por el sonido de la arena al desplazarse bajo nuestros pies….

Es entonces cuando Yussuf nos recuerda aquel dicho que dice “Dios os ha dado a los europeos los relojes, pero a nosotros nos ha dado el tiempo”.

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Surcamos el Erg Chebbi subiendo por las dunas de fina arena que parecen no tener fin. Pasamos por pequeños oasis que aparecen a lo lejos entre las dunas, algunos con pozos y un par de jaimas que al parecer utilizan los bereberes como refugio y almacén de utensilios en sus desplazamientos por el desierto. De vez en cuando paramos a descansar del sol vengador y comer algo mientras compartimos experiencias del camino sentados sobre una jarapa a la sombra de las palmeras.

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Cruzamos el desierto hasta llegar a la hammada donde pasaremos la noche en una jaima junto a la vivienda de una familia de pastores bereberes. Se trata de una casa típica bereber hecha de barro y paja y con su horno tradicional en el suelo, al lado de la vivienda. El padre alquila los dromedarios a los que hacen excursiones por el desierto, mientras la mujer se encarga de sus rebaños de cabras que se mueven por la hammada, y para ello trepa con gran agilidad al tejado de la casa desde donde con unos rudimentarios anteojos los controla.

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Una vez montadas las tiendas de campaña, una cena con nuestros camelleros y la ceremonia del té bajo las estrellas con la familia bereber nos brinda la oportunidad de disfrutar de la hospitalidad de esta gente.

Por la mañana nos despedimos de nuestros anfitriones, y con nuestra caravana iniciamos de nuevo la ruta entre las dunas modeladas por el viento, dejando atrás nuestras huellas fugaces en la arena. A nuestro paso vamos descubriendo los secretos del desierto, las pequeñas plantas que resisten las inclemencias del clima, y hasta acertamos a ver un “pez del desierto”, una especie de pequeño reptil que se mueve ondulante por la arena.

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El día avanza mientras vamos cabalgando las dunas. La vista desde lo alto del dromedario es espectacular .… un mar de dunas coloreadas por la luz del atardecer que se pierden en la distancia y parecen no tener fin. La luz inunda el ambiente y va transformando el paisaje tiñéndolo de un color anaranjado cuando llegamos a la Gran Duna, que se eleva majestuosa ante nuestros ojos con sus 150 metros de altura. Acampamos a sus pies, y una vez montadas las jaimas y descargado los camellos, me decido a subir a la Gran Duna con el trípode al hombro. Paso a paso voy ascendiendo por su cresta dejando a los lados desniveles de más 60 grados que impresionan, hasta llegar a la cima. Desde lo alto la visión es espectacular, kilómetros de dunas anaranjadas que se pierden en el horizonte, y abajo nuestro campamento, casi imperceptible. Me siento sobre la cima y por unos instantes me dejo llevar por una sensación de paz y tranquilidad difíciles de olvidar.

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marroc_2012_1065-editarCon los últimos rayos del sol voy descendiendo de la Gran Duna hasta el campamento, donde Yussuf y Hassan ya lo están preparando todo para una noche inolvidable en el desierto: una cena nómada bajo un cielo azul intenso cubierto de estrellas. Después de la cena, con sus tambores y demás instrumentos musicales nos obsequian con música bereber mientras disfrutamos de un delicioso té y una amena charla junto al fuego.

Nos levantamos de madrugada aprovechando los primeros rayos del sol, para colocar nuestros trípodes a la espera de conseguir la mejor instantánea de la Gran Duna al amanecer. Poco a poco somos testigos de cómo la luz dorada transforma los colores y las formas, y va resaltando las texturas de la arena imprimiéndole vida propia.

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Vamos dejando atrás esta pequeña aventura mientras nuestra caravana avanza lentamente hasta desaparecer entre las dunas, con el desierto del Erg Chebbi como telón de fondo.

Por Francesc Morera © Copyright 2016 | Todos los derechos reservados

 


 

Ana Morales

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