Mérida (Emérita Augusta), fue fundada como colonia romana en el año 25 a. C. por orden del emperador Octavio Augusto, sobrino de Julio César, para servir de retiro a los soldados veteranos (eméritos o licenciados con honor) de las legiones V Alaudae y X Gemina que habían combatido en las guerras cántabras. Mérida fue una de las ciudades más importantes de toda la Hispania romana, y, como correspondía a su status de gran urbe romana, fue equipada con todas las comodidades y edificios públicos, muchos de los cuales han llegado a nuestros días en un más que notable estado de conservación.
Si quieren viajar al pasado de una urbe romana y conocer la estructura de una ciudad del imperio, una “pequeña Roma”, síganme.

“Las Siete sillas”

Nací en Mérida y allí viví hasta los once años de edad. Recuerdo con cariño como muchas tardes, tras el colegio, jugábamos y merendábamos en el entorno de lo que hoy es el Museo de Arte Romano y la propia entrada del Teatro y Anfiteatro romano, mientras las abuelas al cargo de la chiquillería cosían y charlaban sentadas a la sombra en un banco.                                            Para nosotros, las ruinas romanas eran poco más que un escenario de juegos, y eran conocidas coloquialmente como “Las Siete Sillas”. Para los que no lo sepan, el Teatro estuvo soterrado durante siglos, manteniéndose visible sólo la parte superior de su graderío, la «Summa Cavea«, siete grandes bloques de piedra que parecían tronos conocidos popularmente como las Siete Sillas. Y estos fueron hasta la excavación del Teatro Romano en 1910 los únicos restos visibles del mismo, y los responsables de su apelativo.

Mucho ha cambiado la percepción y la atención que desde entonces se le ha prestado a la ciudad.                          En 1993 la UNESCO incluyó el conjunto arqueológico de Mérida en su lista de Patrimonio Material de la Humanidad, y, en mi muy humilde opinión fue una decisión muy acertada. Siempre me ha interesado la historia y la arqueología, y, en Mérida se da la circunstancia de que podemos estudiar la Mérida del pasado y ver por donde discurre, paralela o bajo la Mérida del presente. La muralla, las calles, puentes, alcantarillado, foro, templos, teatro y los acueductos de la capital de la Lusitania romana nos permitirán viajar al pasado.

Mérida es uno de los principales y más extensos conjuntos arqueológicos de España, no en vano es la única ciudad de España que ostenta la denominación de Conjunto Histórico Arqueológico.

¿Pero, por dónde empezar la visita?

La ciudad de Mérida no es muy grande, por lo que salvo el Embalse de Proserpina y del Cornalvo podréis llegar por vuestros propios medios a todos los puntos de mayor interés. Además, es una ciudad bastante plana en la que es agradable caminar. Por tanto, yo os aconsejo aparcar el coche y poneros calzado cómodo. Hoy os voy a hablar de la ubicación y de los monumentos, pero la logística y los tiempos los tendréis que adaptar a vuestra estanci, de modo que disfrutéis de ella de un modo relajado a la par que lleno de interés.

Mérida fue construida estratégicamente a la orilla del río Guadiana, en pleno eje de la Ruta de la Plata. Como solía ocurrir, todas las ciudades del Imperio intentaban a su vez parecerse a Roma, es decir, se establecían en un enclave a poder ser con 7 colinas, con río y afluente.

Lo primero que hacían era delimitar el territorio que iba a ocupar la ciudad y construir la muralla. Restos de ella se pueden ver en el recinto del Teatro y Anfiteatro, en la Alcazaba árabe, en la calle Morería, en la calle Anas, etc. Después trazaban, perpendiculares, las dos calles principales, dos ejes: eje este-oeste o decumanus máximo y eje norte-sur o cardus máximo. De modo perpendicular y equidistante a estos ejes, las calles secundarias. Todo el conjunto conforma el trazado hipodámico o damero sobre el cual se construyeron los edificios de la ciudad romana.

Dicho esto, yo comenzaría por la visita del Teatro y Anfiteatro. Desde aquí podréis acceder por una calzada de piedra al interior del Museo de Arte Romano de Mérida, que alberga más de 36.000 piezas en exposición y que es una visita ineludible para cualquier amante de la cultura romana. O dejar la visita para otro momento si no le podéis dedicar atención.

El Teatro, inaugurado entre los años 16-15 a. C. fue promovido por el cónsul Marco Agripa, yerno de Augusto. Tenía capacidad para albergar 6.000 espectadores, y hoy día es un privilegiado escenario al aire libre donde cada verano se celebra el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Se halla dividido en tres sectores: cavea ima, media y summa cavea.        La orchestra –frente al escenario y donde se situaba el coro- está rodeada de tres gradas de honor reservadas para las autoridades. La parte más bonita del teatro es el frontal de la escena, con dos cuerpos de columnas de mármol entre las cuales hay una serie de esculturas de emperadores divinizados y de dioses del mundo subterráneo: Ceres, Plutón y Proserpina cuyos originales se encuentran en el Museo.

En la misma colina del Teatro se construyó parte del graderío del Anfiteatro, inaugurado en el año 8 a. C. Aquí se celebraban juegos de gladiadores y luchas entre animales y hombres. También incluso naumaquias. En el centro de la arena, hay una gran fosa en cuyo interior se almacenaban las jaulas de las fieras y el material escénico.

En este mismo periodo, de gran esplendor, se construyeron numerosos edificios y monumentos: el Teatro, el Anfiteatro, el Circo, el Templo de Diana, el Foro romano, el puente romano y los acueductos de los Milagros, Rabo de buey y San Lázaro, así como los embalses de Proserpina y el Cornalvo, que abastecían la ciudad.

Por todo ello Mérida llegó a convertirse en la novena ciudad en importancia del Imperio Romano (incluso por delante de Atenas).

Tras la visita de estos espacios podéis visitar el Museo o salir y caminar hacia el Circo romano, que queda a poco más de un kilómetro a pie. Pasaréis por delante de La casa del Anfiteatro y por delante del Acueducto de Rabo de Buey, uno de los cuatro acueductos que llegó a tener la ciudad para su abastecimiento de agua.

El Hipódromo o Circo romano se construyó en el siglo I d.C.

Parece ser que no estaba en un principio en el plano inicial de la ciudad ya que se encontraba fuera de las murallas. Quizás por esto sus medidas son impresionantes: interior de 30.000 m2. Longitud de 403 metros y anchura de 96,50metros.  Su capacidad era de unos 30.000 espectadores, y allí tenían lugar las carreras de carros pudiendo correr doce carros a la vez. Para que nos hagamos una idea, la mitad de la población de la ciudad de la época cabía en el hipódromo.

Desde el acueducto de San Lázaro o de Rabo de buey y caminando paralelamente por el cauce del Río Albarrégas en dirección sur por el parque fluvial del Albarrégas llegaréis al Acueducto de los Milagros, el mejor conservado de la ciudad, otra de las bellas obras de ingeniería que sigue en pie y que transportaba el agua desde el embalse de Proserpina a la ciudad. Se conservan más de ochocientos metros de este acueducto, alguno de cuyos pilares de granito y ladrillo se alzan veintisiete metros por encima del terreno.

Y si continuamos el parque fluvial llegaremos al Río Guadiana, donde podremos disfrutar de un merecido descanso en cualquiera de sus bancos. El río es cruzado por diversos puentes, el más antiguo de los cuales es, sin duda el Puente romano, primera obra romana construida en la ciudad. Este puente estuvo en funcionamiento hasta 1991, después de dos milenios casi de servicio, y era uno de los principales accesos de la ciudad, lo que nos da una idea de la importancia de esta obra arquitectónica. Con sus 800 metros de largo y 60 arcos es el puente romano conservado más largo del mundo y hoy es totalmente peatonal. Tengo que añadir, que es un gusto pasearlo. Cuesta imaginar cuantos millones de personas antes de uno mismo lo cruzaron a lo largo de los siglos.

Justo en la misma ribera veréis los altos muros de la Alcazaba de Mérida.

Hasta aquí, si miráis el mapa hemos hecho un recorrido en semicírculo: Teatro y Anfiteatro –> Museo (o no) –> Hipódromo –> Acueducto Rabo de buey –> Acueducto de los Milagros –> Puente Romano –> Alcazaba.

Ahora cerraremos ese círculo dejando el puente y el río a nuestras espaldas.

Subiendo por la estrecha calle del Puente esta se abre en la plaza de España, presidida por el ayuntamiento y otros edificios de interés como la Concatedral de Santa María, en una de las esquinas de la plaza que se abre a la calle Morería. También tendréis acceso al Museo de Arte Visigodo, ubicado en el convento de Santa Clara, con una de las colecciones de arte visigodo más importantes de la Península.

A cien metros de aquí y encajado entre edificios os topareis con lo que queda del monumental Arco de Trajano. El Kardo, uno de los dos ejes principales la colonia, discurría bajo esta monumental puerta. 17 metros de altura y 13 de ancho son sus medidas. Los carruajes circulaban por el arco central y los peatones a través de dos arcos laterales. Sabed que los enormes sillares de granito se sostienen sin ningún tipo de cemento o material, es decir, simplemente encajados por gravedad. ¡Y lleva dos milenios en pie!

Si ascendemos por la calle peatonal Santa Eulalia, arteria vital y comercial de la ciudad que perpetúa el que fuera eje de la colonia romana, el decumanus Maximus que antes mencioné, tendremos a un lado (entrando por la calle Santa Catalina) el Templo de Diana, erigido aún bajo el poder de Augusto y que forma parte de uno de los dos foros de la ciudad.

El Templo de Diana es uno de los pocos edificios religiosos romanos de la ciudad. Templo de Culto Imperial, está ubicado al fondo de una plaza de la que se conservan aún losas de mármol de su pavimentación original, los muros que la delimitaban, así como dos estanques que flanqueaban al edificio.    Si nos fijamos bien en él, (a mí personalmente me transmite mucha serenidad), veremos que hay partes del mismo que son de otros periodos históricos. Esto es debido a que, durante siglos, el templo sirvió de cimiento y armazón del palacio renacentista un caballero de la orden de Santiago, el Conde de los Corbos, del S.XVI. Hoy en día, en una parte de dicho palacio se encuentra un centro de interpretación que desarrolla su contenido en torno a la importancia del edificio en época romana y sus usos posteriores. Todas las casas que lo rodeaban, (mi abuela Aurora nació en una de ellas), fueron demolidas hace años para darle el protagonismo que el monumento requiere.

Siguiendo hacia el norte desde aquí, encontraremos los restos de otro edificio muy importante en la vida social romana: el Pórtico del foro provincial.

Erigido hacia mediados del siglo I a imagen y semejanza del Foro de Augusto en Roma, la parte superior del mismo estuvo decorada con medallones de Júpiter, símbolo del poder del emperador, y de Medusa, personaje mitológico al que se le atribuía un gran poder protector. Si acabamos de subir esta misma calle estaremos en la Calle José Ramón Mélida, o lo que es lo mismo, la calle que nos devuelve al Museo de Arte Romano y el Teatro y Anfiteatro.

La visita estaría bastante completa aquí en lo referente a los vestigios romanos.

Los que vayan con más tiempo y tengan interés podrían visitar algunas de las casas romanas que se muestran al público: la Casa del anfiteatro o Casa del Mitreo, junto a la plaza de toros de la ciudad. Otra excursión podría ser al embalse de Proserpina, otra obra de ingeniería bimilenaria que sigue cumpliendo con su función de almacenar agua y que es un buen lugar para pasear al aire libre. Tampoco dejaría de pasarme por los restos del Templo de Marte, que forman parte de la Basílica de Santa Eulalia. Esta iglesia es de gran significación en la ciudad, porque acoge “el hornito”, el lugar de martirio de la mártir Santa Eulalia, (patrona de la ciudad), y porque fue el primer templo cristiano en construirse en Hispania tras la paz de Constantino. La cripta alberga restos de gran valor arqueológico como casas romanas de los siglos I y III de nuestra era, una necrópolis cristiana, o los vestigios del primer túmulo funerario o mausoleo martirial de Santa Eulalia.

Romana, visigoda, árabe y cristiana: más de 2.000 años de historia

Con las invasiones bárbaras, en los siglos V y VI d. C., Mérida llegó a ser capital de todo el Reino Visigodo de Hispania, hasta que en el año 713, el caudillo árabe Musa Ibn Nusair conquistó la ciudad y ésta se convirtió en capital de la Cora de Mérida, una de las más extensas y poderosas de la península.

A comienzos del siglo IX, y tras sucesivas rebeliones de los mozárabes de la ciudad contra el Califato de Córdoba, Abderraman II ordenó desmantelar las murallas romano-visigodas que defendían la ciudad, y en el año 835 d.C. hizo construir la Alcazaba árabe que se convertiría en la fortificación musulmana más antigua de la Península ibérica, construida junto al célebre puente romano sobre el río Guadiana y que también es posible visitar.

La ciudad permanecería bajo el poder musulmán hasta su reconquista por el rey leonés Alfonso IX en 1230.