A pesar de los esfuerzos de sus sucesores al trono de Egipto por hacer desaparecer su recuerdo de la faz de la tierra, Hatshepsut pasó a la historia como la primera mujer faraón del país del Nilo.

Y casi lo consiguieron porque, aunque vivió en el siglo XV a.C. su nombre permaneció oculto hasta el siglo XIX, cuando la decodificación de los jeroglíficos permitió descifrar las inscripciones que habían sobrevivido al ataque contra su monumental legado en piedra.

 

El descubrimiento de Champollion

Fue el arqueólogo Jean-François Champollion, conocido como el padre de la egiptología por haber conseguido descifrar la escritura jeroglífica gracias al estudio de la piedra de Rosetta quien por primera vez leyó su nombre tras 2.000 años.

Fue en las paredes del templo funerario de la reina en Deir-El-Bahari, en la orilla occidental del Nilo frente a la entonces capital, Tebas. El egiptólogo encontró unas inscripciones jeroglíficas en la pared acompañadas de la imagen de dos faraones. El conocido como Tutmosis III y otro hasta entonces desconocido: Hatshepsut. Observó además que siempre aparecían juntos y que el faraón conocido como Hatshepsut siempre estaba en una posición de honor. También encontró una incongruencia que no se entendería hasta cien años después: siempre que aparecía el faraón con la barba, verbos y nombres aparecían en femenino. Champollion nunca llegó a entenderlo.

 

Hatshepsut: su llegada al trono de Egipto

A la muerte de Tutmosis I, acontecida en torno al 1485 a.c, Hatshepsut, su única hija y descendiente de sangre real pura, contaba con solo doce años.

Hatshepsut tuvo dos hermanos mayores que se dio la circunstancia, habían fallecido antes que el propio faraón Tutmosis I, por lo que el trono pasó al tercer hijo varón del faraón: Tutmosis II.

Tutmosis II, ese faraón cuyo nombre suena un poco a enfermedad rara, era uno de los hijos que Tutmosis I tuvo con una de sus concubinas.  Para ratificar y afianzar su derecho a acceder al trono y acallar las voces que alegaban la falta de cuna del príncipe, Tutmosis II se casó con su propia hermanastra Hatshepsut, hija de la reina oficial Amosis y su padre Tutmosis I.  Este matrimonio entre hermanos era una práctica normal entre los monarcas egipcios.

Cuando esto ocurrió Tutmosis II tenía ya 20 años y Hatshepsut tan sólo doce. La pareja Tutmosis II-Hatshepsut gobernó junta durante veinte años hasta la prematura muerte del faraón, cuando este tenía tan solo cuarenta años y ella 32. Solo tuvieron una hija en común, Neferure.

En su lecho de muerte Tutmosis II, nombró a su único hijo, fruto de su relación con una joven de harén llamada Isis, su sucesor. La historia se repetía. Esta elección parece que no fue muy popular entre las distintas facciones de palacio debido de nuevo a la baja cuna del príncipe.

A pesar de que no era raro que las madres tomaran las riendas del poder si los faraones eran demasiado jóvenes para gobernar, la de Tutmosis II no tenía ninguna preparación para asumir tal responsabilidad así que Hatshepsut, la reina viuda, se convirtió en regente en nombre de su hijastro quien en aquel momento aún estaba aprendiendo a caminar.

Hatshepsut gobernó con el apoyo y beneplácito de los altos funcionarios de palacio. Uno de sus asesores más importantes fue Senenmut, tutor de la princesa Neferure, quien había estado entre los sirvientes de la reina y ascendió con ella al poder. Hay muchos indicios que señalan la más que probable relación íntima entre ambos a lo largo de las décadas.

Hatshepsut, unos siete años después por alguna razón que desconocemos, tras regir en nombre del único faraón reconocido, Tutmosis III, se declaró ella misma faraona. Era el 1473 a.c y así Hatshepsut legitimaba sus propios derechos a la sucesión del trono de Egipto.

Legalmente, no había ninguna prohibición para que una mujer gobernara Egipto. Hatshepsut era una mujer inteligente y con ambición política y adoptó todos los títulos gobernando por veinte años en total.

Pero en los escritos encontrados, no hay nada que explique cuál fue el motivo que la llevó a tomar esta decisión. Tanto la actitud de la faraona como la de Tutmosis III han llevado a los expertos a considerar como una versión plausible que quizás fue una amenaza contra la estabilidad de Egipto lo que llevó a Hatshepsut a declararse reina, pues si solo hubiese sido la ambición, ella podría haberse librado fácilmente del príncipe, como tantos reyes han hecho a lo largo de la historia con sus rivales.  Hatshepsut no sólo no lo neutralizó, sino que se aseguró de que Tutmosis III se preparara para el rol que por destino le esperaba, en un régimen de co-regencia.

Tutmosis III fue educado como escriba y sacerdote, y luego ingresó al ejército.  En el momento de la muerte de su madrastra, había ascendido al rango de Comandante en Jefe y había participado en una victoriosa campaña en el Levante. Tras su ascenso al trono continuo con mucho éxito las campañas militares de las fronteras egipcias, por lo que algún egiptólogo lo bautizó con el sobrenombre de “el Napoleón del antiguo Egipto”. Tutmosis III gobernó un imperio próspero hasta su muerte, y gobernó rodeado de esplendor, de riquezas y de funcionarios muy competentes durante 33 años. Y esto nunca hubiese sido posible sin el reinado previo de Hatshepsut.

 

Su reinado

Hatshepsut perteneció a la XVIII dinastía y vivió desde el 1479 hasta el 1458 a.c. Reinó durante 20 años en el trono de Egipto, el reinado más largo de cualquier otra reina hasta Cleopatra.

20 años en los que no hay registros de grandes campañas militares. Fueron años pacíficos y muy prósperos para el país del Nilo. La faraona reafirmó el poderío egipcio valiéndose de otras armas más sutiles como la diplomacia o el desarrollo del comercio internacional con algunas tierras. Promovió una gran expedición comercial con el misterioso país de Punt (que, hasta el día de hoy, no sabemos con certitud dónde quedaba), y una importante campaña de construcción de templos y estatuas.

Levantó y renovó templos y santuarios desde el Sinaí hasta Nubia, como la Capilla Roja y dos pares de Obeliscos en el Complejo de templos de Karnak. También construyó el templo de Pajet, excavado en la roca en Beni Hasan, en Egipto Medio.

 

Su templo funerario en el valle de las reinas

Sin embargo, su obra maestra es el templo funerario excavado en las áridas tierras del desierto del valle de las reinas, Deir-el-Bahari. La reina encargó esta construcción al arquitecto Senenmut, quien propuso un santuario distribuido en tres terrazas superpuestas, de gran limpieza, elegancia y simplicidad de formas, y embellecido con docenas de estatuas y preciosos relieves pintados. Se tardó quince años en su construcción. Hoy se considera el templo más bello construido en el antiguo Egipto.

Cuando el vehículo que nos traslada dentro del complejo del Valle de las Reinas se detiene ante la explanada del templo, sin lugar a dudas nos llama la atención las largas rampas de acceso al mismo, que en su día estaban flanqueadas por jardines entre los cuales se plantaron 31 árboles de mirra traídos del fantástico país de Punt. Estas rampas llevaban al visitante a los pórticos cubiertos apoyados por pilares de base cuadrada. Hay una gran perspectiva y la majestuosidad del complejo, excavado en la roca viva aprovechando el anfiteatro natural de los acantilados a su espalda, nos hace pensar en una reina fuerte y poderosa.

El santuario es soportado por decenas de columnas, y hay dos capillas, una dedicada a Hathor y la otra a Anubis. Los muros del templo muestran imágenes de las marismas del bajo Egipto y de la extracción y transporte de rojos obeliscos en el Alto Egipto. El pórtico de la segunda terraza nos muestra las escenas de la expedición de la reina al país de Punt, en la región del Mar Rojo, actual Eritrea o Somalia posiblemente. Hombres transportando mercancías preciosas como el ébano, oro, incienso y pieles de leopardo y escenas tribales africanas.

Después de que le excavaran una tumba como la reina de Tutmosis II, Hatshepsut se hizo construir otro nuevo complejo funerario en el valle de los Reyes para ella como reina-faraón. Se trata de la tumba KV20. En un principio se construyó para Tutmosis I. Esta se amplió para que ella viviese la eternidad junto a su padre Tutmosis I, sin embargo, su momia no se encontró en esta tumba. Hatshepsut se hundió en la oscuridad hasta 1822, cuando la decodificación de la escritura jeroglífica permitió a los arqueólogos leer las inscripciones de Deir-el-Baḥarī. Inicialmente, la discrepancia entre el nombre femenino y la imagen masculina causó confusión, pero hoy en día se comprende bien la sucesión de Tutmosis III

 

Los intentos de destrucción de su legado

Durante el reinado de Tutmosis III y de Amenhotep II (su hijo), sus estatuas fueron derribadas, sus monumentos fueron desfigurados y su nombre fue eliminado de la lista oficial de reyes. Y sabemos que “borrarla” de la historia era exactamente la intención pues en ninguna de las listas de reyes encontradas aparece su nombre: después de Tutmosis II está Tutmosis III. Los primeros eruditos interpretaron esto como un acto de venganza, pero parece que los tiros no iban por ahí. Tutmosis se estaba asegurando simplemente de que para la historia la sucesión fuese directamente desde Tutmosis I a través de Tutmosis II hasta Tutmosis III sin interrupción femenina.

Sin embargo, la evidencia arqueológica revela que sorprendentemente, el grueso de la destrucción comenzó unos 20 años después del ascenso de Tutmosis III al trono, y parte de la profanación incluso la llevó a cabo su hijo, tras su muerte, cuando la mayoría de los que recordaban a Hatshepsut también habían muerto. Aunque borrada de la historia, las huellas de Hatshepsut eran monumentales. De hecho, su éxito es curiosamente otra de las posibles razones por las cuales Tutmosis III quiso -y pudo- hacer que desapareciera, pues las imágenes que junto con las inscripciones jeroglíficas han permitido armar el rompecabezas, dan fe de que Hatshepsut asumió el rol de faraona y que lo consolidó de una manera magistral.

Pero no consiguieron eliminar el recuerdo de la reina. En el museo egipcio de El Cairo podréis ver una colosal cabeza de la reina, de bellas facciones, en las que esta se presenta con atributos masculinos reales, como la barba postiza, el nemes -el tocado con rayas-, símbolo de reyes o el color rojizo de la piel. El deseo de ser reconocida como la única soberana de Egipto la llevó a presentarse incluso con las características físicas de un hombre.

El porqué de esta transformación se explica de modo sencillo: en un reino en el que al menos el 95% de los sujetos eran analfabetos, el mensaje visual era clave, así que su imagen experimentó una metamorfosis espectacular, haciendo cada vez más masculina para mostrarla como el estereotipo de rey.

En el también museo egipcio se encuentran las momias de la faraona y de su amante Senenmut, con lo que podemos decir que si bien en vida probablemente vivieron una relación secreta, al menos pudieron pasar la eternidad juntos. La momia de la reina Hatshepsut fue una de las cuatro únicas momias de reinas que desfilaron en procesión hacia el Museo Nacional de la Civilización Egipcia donde se podrá visitar a partir del día 18 de Abril.

Esta entrada está dedicada a mi sobrina Martina, que a sus once años está fascinada con el mundo antiguo, especialmente con la cultura egipcia. Espero que ese interés te acompañe y colme tu curiosidad muchos años.