Esta sobremesa he estado viendo una película francesa, “Chocolat” y me ha traído bonitos recuerdos de un viaje que hicimos hace ya algunos años alquilando un barco y navegando a través del Canal du Midi, en el sur de Francia.
Esta vía fluvial, de la que nosotros sólo hicimos una pequeña parte, une el río Garona (en Toulousse), con el mar mediterráneo, en la región del Languedoc-Rousillón con un recorrido de más de 240 kms. Una gran obra soñada desde los tiempos de los antiguos romanos pero que finalmente se llevó a cabo durante el reinado de Luis XIV. Dicen que es el canal navegable más antiguo de Europa aún en funcionamiento, fue terminado en 1681, y fue incluido como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco a partir de 1997.
Durante su vida útil era utilizado para transporte de mercancías e inclusive por los servicios de correo. Los barcos eran empujados por animales de tiro que iban arrastrándolos desde los bordes del canal. En esa época no existía motores a vapor y la navegación por vela no era un opción útil. Hoy día su uso es básicamente de ocio y vacacional, y también de vivienda.
Antes de hacer este viaje nada sabía sobre turismo fluvial ni sobre el gran número de vías fluviales que tenemos en Europa y que nos permiten hacer otro tipo de viaje. Un turismo distinto, sin prisas y en el que uno decide cada día qué parte del recorrido quiere hacer, junto a qué pueblo quiere parar, qué visitar o simplemente coger las bicicletas y dejarte llevar por los caminos siguiendo la intuición.
A lo largo del canal nos cruzábamos con algunos barcos más grandes que llevaban pasajeros y otros barcos-viviendas, una opción bohemia que se ve mucho, son otro tipo de barcos, muy coquetos con las cubiertas llenas de macetas.
El paso de las esclusas es bastante curioso y a veces nos tocaba hacer cola pues había barcos esperando. Es una forma similar a la de viajar con una roulotte, en la que todo es muy básico, con la diferencia de que en barco sólo dependes del horario de apertura y cierre de las esclusas.
Cada día navegábamos un rato y una vez amarrábamos el barco, nos desplazábamos por los alrededores en bicicleta, descubriendo las poblaciones del canal, con fortalezas, casas de piedra y románticos cementerios casi abandonados. La población de Argens-Minervois, con su castillo cátaro, podría perfectamente haber inspirado a Joanne Harris en sus libros “Vino mágico” o “Chocolat”.
La mayoría de las poblaciones, casi siempre en las orillas del canal eran muy pequeñas, y muchas de ellas poco pobladas. Sus vecinos, la mayoría agricultores y viñateros, durante el día estaban en los campos y por nuestra experiencia fueron gente muy amable que se alegra de encontrarse a alguien, y, como pasaba algunas décadas atrás en todos los pueblos, en seguida intentan sacarte la filiación. Muchos de ellos llegaron cuando la guerra o eran descendientes de españoles y hablaban bien el español. Así visitamos varias bodegas donde nos vendían productos caseros, como vino, deliciosas confituras o paté. En otras poblaciones a veces no había ni una episserie (colmado) donde comprar un poco de pan o embutido, mucho menos un supermercado. Había que ir a por el pan para el desayuno tempranito, pues cuando se vendía, la tienda se cerraba. Otras veces la población era más grande y estaba más animada, y, entonces, cargando la parte de atrás de las bicicletas con un improvisado cesto nos permitíamos el lujo de unos croissants, o de sentarnos a comer los platos típicos de la zona, como el cassoulet o mil y una variedades de queso y foie.
No fue un viaje muy planeado, lo comenzamos en Le Somail, a unos 14 kms de Narbonne y llegamos hasta la localidad de Carcassone donde pudimos recorrer su impresionante fortaleza, “la Cité” a rebosar de gente.
Las orillas del canal están jalonadas de centenarios plataneros que proveen de sombra, y por un camino paralelo hay gente que realiza esta ruta en bicicleta. El paisaje está sembrado de trigo, viñedos y girasoles.
Es una de las zonas vinícolas más ricas de Francia, con varias de nominaciones de origen como Corbieres o Minervois entre otras. Y también una zona donde además hay muchos productores independientes, que no comercializan a gran escala, sólo a nivel local. Así descubrimos algunos vinos deliciosos como el Muscadet del señor Puy en Rubia.
Al atardecer regresábamos al barco y tras una merecida ducha descansábamos de todo un día de actividad al aire libre. Sentados en cubierta y rodeados de la calma y de la belleza serena del canal y de los sonidos de la naturaleza cenábamos con buen vino y sin prisas. Y los músculos se iban relajando y el cansancio no tardaba en vencernos. Fueron unos días tranquilos, pero a la vez muy activos en el sentido de actividad física, y regresamos con un color muy saludable y energías renovadas.
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