‘La madre de todas las ciudades’, ‘La ciudad de los mil minaretes’, ‘La victoriosa’, multitud de apelativos para ensalzar a esta milenaria megaciudad de El Cairo que, junto con el resto del país afronta un siglo XXI lleno de cambios y esperanza. El 2011 acabó con una dictadura de 30 años y un régimen corrupto. Todos, desde nuestras casas, pudimos ser testigos de cómo este pueblo luchaba pacíficamente en su exigencia de democracia. Hoy, pasadas las revueltas, Egipto parece ser tan seguro o más que antes. ¿Ha llegado el momento de regresar?
Pirámide de Kefren y esfinge de Gizeh. FOTO © FrancescMorera
La puerta al país de los Faraones
Por Ana Morales para GEA PHOTOWORDS
Y es que ya lo dijo el historiador y viajero griego Herodoto dos mil años atrás: “Quien no ha visto Egipto no ha visto el mundo”. El Cairo es, por suerte o por desgracia, una de esas ciudades en las que el viajero suele estar normalmente de paso. Bien a su llegada o a su regreso de los ineludibles cruceros por el Nilo, y básicamente por una cuestión de falta de tiempo, sólo conocerán los pocos lugares que resultan recomendados hasta la saciedad por las guías. Es verdad que a lo largo de este mágico río se desarrolló una de las civilizaciones más interesantes y originales que ha dado la humanidad, y, que por ello, la mayor parte del maravilloso patrimonio arqueológico y monumental de Egipto está situado en torno a sus riberas, pero desde mi humilde opinión, El Cairo es un destino en sí mismo, y la inmensa mayoría renuncia a conocer una ciudad vibrante y dispuesta a sorprender a cada paso. Echar a andar por las calles de El Cairo, la mayor urbe del mundo árabe y del continente africano, de censo indeterminado pero de crecimiento imparable y descontrolado es, sin duda, una actividad, que al recién llegado cuanto menos, intimidará. El peatón se sentirá indefenso y tentado de dar la vuelta y regresar a su hotel en más de una ocasión, o de subirse a uno de los miles de destartalados y temerarios taxis que día y noche congestionan la ciudad. Y es que se estima que en “la ciudad de los mil minaretes”, habitan entre 18 y 24 millones de personas, presentando esta todos los problemas inherentes a la superpoblación que ya sufren otras grandes urbes del planeta, cuyas infraestructuras y servicios ya eran precarios hace décadas, y que hoy en día están totalmente desbordados por un flujo continuado de gentes que, sobre todo desde el entorno rural llegan a esta megalópolis en busca de prosperidad.
Paseando por la corniche, (los muelles), observamos que junto a las orillas del sagrado Nilo se extiende un paisaje de altas torres y modernos hoteles envueltos casi perennemente por una fotogénica pero sospechosa bruma, y de acomodados barrios residenciales donde los más adinerados viven un poco al margen de la ciudad, los extranjeros encuentran todos los servicios, y están las sedes de casi todas las embajadas. Gezira o la isla de Zamalek tiene todo para ofrecer al visitante con inquietudes culturales y un gusto sibarita, galerías de arte, anticuarios, modernas librerías, la ópera, y, toda clase de restaurantes y pubs de moda donde enlazar la noche y el día, pues aquí, como en el resto de la ciudad, parece que no se duerma nunca. A unos veinte kilómetros al sur, en la orilla oeste y hoy día ya formando parte del área metropolitana de El Cairo, nos toparemos con la localidad de Giza, que en los tiempos del Imperio Antiguo era parte de la gran necrópolis de Menfis, la cual se extendía a lo largo de más de cuarenta kilómetros. Giza alberga una de las siete maravillas del mundo antiguo, la milenaria Gran Pirámide de Keops, y, a pocos metros, en la misma meseta, encontraremos a la misteriosa esfinge, con su rostro humano y cuerpo de león que, impertérrita y misteriosa, se va convirtiendo poco a poco en polvo del desierto. Nos sorprenderemos, sin duda de la magnitud de estos milenarios colosos de piedra, pero, quizás lo que más nos sorprenda es comprobar, que, lejos de encontrarse en medio de un desierto, como todas las fotografías nos hacían creer, se encuentran acechadas por los límites de la gran urbe…
El Cairo desde la mezquita de Al-Azhar. FOTO © Francesc Morera
La plaza más famosa
Frente al imprescindible y novelesco museo egipcio, donde encontramos la ya célebre plaza de Tahrir, que vertebrea la zona más europea, y que fue el centro de las multitudinarias protestas de la primavera árabe, que puso en el poder al primer presidente islamista en la historia del país, hasta “la ciudad de los muertos”, a los pies de la montaña de Muqattam en el sur de El Cairo, sortearemos un tráfico denso y demencial en el que siempre prima la ley del más fuerte. Pero es una experiencia que nunca olvidarán, pues pasaremos de un Cairo moderno hasta uno tradicional, y, hasta medieval. Traspasar la zona de tenderetes en torno a Al Azhar es retroceder siglos en el tiempo. El Cairo islámico (barrio de Al Azhar o El Ghouri), es una muestra una vez más de las contradicciones que plantea la tradición y la modernidad. Las mismas que ya describía décadas atrás uno de sus hijos, el nobel cairota Naguib Mahfouz en sus novelas, fiel reflejo del microcosmos e idiosincrasia de los distintos barrios, calles y callejones de una ciudad donde en una gran parte aún se vive como en una aldea. Donde familias enteras habitan durante generaciones las cada vez más destartaladas viviendas y regentan los mismos negocios. Donde el paisaje urbano lo componen antiguos edificios de piedra con fachadas lisas y escasas ventanas, sembrados de antenas parabólicas, y estrechas y polvorientas calles donde la tracción animal comparte espacio con un viejísimo parque móvil. Donde animales de granja campan a su anchas y se alimentan de los desperdicios que abundan en las calles, y donde los habitantes del barrio trabajan en sus oficios mientras oyen el Corán por la radio y se hacen confidencias compartiendo té a la menta en los miles de cafés que hay por doquier.
El Nilo a su paso por el Cairo. FOTO © Francesc Morera
Lo más cotidiano
Es fácil buscar las huellas de Mahfouz en la ciudad, y, una excusa perfecta para adentrarnos en el Cairo más cotidiano, (Gamaliyya, El Dharasa, o El Ghouri). En uno de los aledaños del populoso bazar de Khan el Khalili, cerca de la mezquita de Hussein, encontraremos el café Fishawy, donde Mahfuz, uno de sus más ilustres tertulianos se sentaba cada día a escribir y a observar a la concurrencia, en la que, sin duda, se inspiró para crear su extensa obra. El ambiente es único, las arañas de cristal, los tristes ventiladores llenos de polvo que apenas mueven el aire, y los marcos cascados de sus enormes espejos nos atraparán. Parejas locales que se cogen la mano por encima de la mesa, tenderos que leen en un rincón mientras fuman una shisha, insistentes vendedores ambulantes y extranjeros de todos los pelajes, uno se dejará seducir por este dolce far niente a la egipcia. Pero en nuestro paseo también veremos elegantes y bellos edificios mal llamados coloniales o neoclásicos con profusa ornamentación y grandes balcones, que pese al estado de decadencia en el que están, nos traerán al pensamiento otras épocas, románticas épocas en las que El Cairo era conocido como “El Paris de África”. Y decenas de mezquitas de distintos periodos, a cual más impresionante. La llamada a la oración desde todos los puntos de la ciudad, es, cuanto menos, apabullante.
En la calle opuesta al bazar, bastante más allá de la Mezquita de Al-Azhar, la que dicen es la universidad más antigua del mundo, y donde se combina la enseñanza de la ciencia moderna con las enseñanzas coránicas, entraremos en una amplísima zona a los pies de la colina de Muqattan, que, probablemente aparece en las guías por la magnífica ciudadela de Saladino, pero que tiene mucho más que descubrir. Por un lado encontraremos la « Ciudad de los muertos », un gigantesco camposanto formado por cinco grandes necrópolis de distintas épocas, salpicado de minaretes y mausoleos levantados para el eterno reposo de miembros de las dinastías ayubí y mameluca en el que moran más de más de cinco millones de personas sin recursos. Familias enteras viven en los mausoleos, los niños juegan al fútbol y las ancianas reposan de sus labores domésticas a la sombra de las tumbas, todo cotidianidad en esta otra gran ciudad dentro de la gran ciudad. Está previsto que trasladen estas necrópolis fuera de la ciudad, para hacer, dicen, un enorme parque público, necesario en una ciudad escasas de zonas verdes, pero no es difícil aventurar que casi con seguridad las verdaderas razones serán “esconder” a los ojos del extranjero estas enormes bolsas de pobreza y marginalidad.
Vivos y muertos
Junto a esta ciudad de vivos y muertos encontraremos el barrio de Manshiyat Naser, conocido como “la ciudad de la basura”. En su parte más alta y excavada en la misma montaña que en el pasado se explotó como pedrera y que surtió a la necrópolis de Menfis de la piedra necesaria para la construcción de las pirámides, se encuentra la mayor Iglesia Ortodoxa Copta de todo Oriente Medio. La mayoría de los habitantes de este barrio son cristianos coptos, conocidos como zabalines, una minoría en Egipto que en El Cairo sobrevive de la recogida y tratamiento de las basuras y residuos de la misma desde hace más de cien años. El Cairo es una ciudad que hasta 2003 no tuvo algo parecido a un sistema público de recogida de basuras. Los zabalines han recogido durante generaciones, y sin coste, las basuras puerta a puerta y, en su barrio, la separan y reciclan. Los nuevos sistemas occidentales que inicialmente los dejaron sin trabajo están lejos de ser tan eficientes como son ellos, que reciclan el 80% de los residuos. Incluso hay una cooperativa de mujeres que se han convertido en algo así como un fenómeno cultural por la elaboración de artesanías a partir de lo que reciclan. Posiblemente esto no sea un reclamo para mucha gente aunque sea una forma de vida a la orden del día en muchas partes del planeta, pero seguro que las impresionantes vistas que hay desde lo alto de la montaña, el punto más alto de la ciudad, conocida como la corniche de Muqattan, sí que lo serán. El acceso es complicado y sólo se puede hacer en coche, pero si hay suerte y el día está despejado, esto es, no hay mucha contaminación, se pueden apreciar los edificios más emblemáticos de la ciudad, incluso las pirámides de Guiza. Una puesta de sol desde este lugar será un broche de oro perfecto para recordar los perfiles y contrastes de esta macrociudad.
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