Es conocido que el status de ciudad internacional y neutral de la Tánger de entreguerras allá por los años 40 del siglo pasado atrajo a toda una serie de personajes dedicados a las más variopintas, y a menudo clandestinas o poco confesables profesiones. Rosalinda Fox fue uno de estos personajes, aventurera, mundana, intrépida y posiblemente aristócrata. No fue en cualquier caso, una mujer común ni para su época ni para su clase social. María Dueñas la rescató del olvido en su magnífica novela «El tiempo entre costuras»

Cuando Rosalinda Powell Fox murió en 2006 en Guadarranque, un pueblecito de la bahía de Algeciras (Cádiz), pocos salvo su círculo más estrecho sabían del pasado de aquella ilustre vecina. Aquella frágil ancianita, casi centenaria que terminó sus días al borde de la indigencia llevaba a sus espaldas un pasado de intrigas, glamour y espionaje digno de una novela. No es de extrañar que María Dueñas la recuperase para su famosa novela “El tiempo entre costuras” o que Boris Izaguirre le dedicase una novela entera pues al personaje no le faltan atractivos.

 

Su biografía

Sí, Rosalinda vivió en Cádiz durante más de cinco décadas. Y también allí murió. Hoy, el Ayuntamiento de San Roque organiza paseos literarios en Guadarranque, que siguen las huellas de Fox en la localidad.

Fox llegó a Guadarranque en 1957, y podemos suponer el impacto que su llegada causaría al desembarcar en este entonces pequeño poblado de pescadores con toda su parafernalia: dos camiones de mudanzas enormes, su madre, su hijo, un amante, un criado hindú y un Rolls Royce.

La casa, construida en 1947 y hoy ya medio en ruinas, fue reformada para recordar a un riad marroquí. Mira hacia Marruecos por expreso deseo de José Luis Beigbeder, el amor de su vida, y la pareja pasaría sus últimos momentos aquí.

Pero no quiero invertir el orden de las cosas, empecemos por el principio.

 Aunque no hay demasiado material o fuentes a las que consultar, sí que sabemos que Rosalinda fue hija de una familia acomodada, que nació en 1910 y vivió en Calculta, (entonces colonia inglesa), donde fue casada a la edad de 16 años.

Fue madre muy pronto de un hijo, Johnny, momento en el que contrajo una tuberculosis bovina, entonces tenida por incurable. Se le pronosticaron pocos meses de vida. Su pareja, un comerciante rico dos décadas mayor que ella, la mandó a Inglaterra con una asignación mensual en busca de mejores cuidados, pero también para alejar de él el problema, ya que a pesar de la juventud de su mujer ya estaba harto de ella. Mujeriego, jugador y bebedor, la mandó a la madre patria a morir. Pero esto no ocurrió, de hecho, Rosalinda como he apuntado antes, fue muy longeva.

Su marido, (porque él nunca le concedería el divorcio) aprovechó cada vez que tuvo ocasión para amargarle la existencia presentándose inesperadamente en su vida.

Así pues, los médicos se equivocaron. Tras seis meses de infructuosos tratamientos, la paciente decidió levantarse de la cama, vivir lo que le fuera que quedase de vida, agarrar la vida por los cuernos. Y así Rosalinda cogió a su hijo y su pensión, y se marchó a vivir a Portugal. Primero se instaló en Estoril y luego en Tánger, en busca de un clima templado, vida asequible, y expatriados como ella «con los que compartir pink-gins, partidas de bridge y tertulias.»

Rosalinda se movía con soltura por los ambientes más selectos  a pesar de que su enfermedad, que pasaba por picos muy agudos, la mantenían postrada semanas en la cama.

Pero tuvo el don de la ubicuidad. Es decir, estuvo en el lugar adecuado en el momento preciso. En Estoril hizo buenos contactos, como con el General Sanjurjo, gracias a Carmen, la joven esposa del militar. Este sería quien le presentaría al entonces coronel Beigbeder en 1936 durante los Juegos Olímpicos de Alemania, (esta teoría es refutada por algunos puesto que Beigbeder ya estaba instalado en Marruecos y aceptada por otros, así que ustedes mismos juzguen.)

Beigbeder ocupaba el puesto de Alto Comisario de Marruecos, era el europeo más importante del Protectorado. Más tarde se convertiría en su amante y en ministro de exteriores en el gobierno de Franco.

Ella contaba con veintiséis años, él era casado y muchos años mayor que ella, culto y apasionado por el mundo árabe. A pesar de lo escandaloso de este tipo de relación en la España de la época, no fue un impedimento para que iniciasen una relación que iba a tener unas repercusiones inesperadas en la vida de Rosalinda.

 

Tánger

Dicen que Beigbeder era políglota, que habla inglés, francés, alemán, italiano, árabe y el cherja, el dialecto de las cabilas del Rif. Un enamorado del protectorado, de su gente y de la cultura marroquí. Eso lo diferenciaba de otros militares africanistas.

La pareja vivió junta entre Tánger y Tetuán, Rosalinda se convirtió en la mujer con más poder del protectorado. Beigbeder le regaló un vehículo propio (un Austin rojo) y los permisos necesarios para moverse por donde quisiera. Esto generaba habladurías e interés a partes iguales. Sin embargo, había una preocupación real, tal como se refleja en la novela, de la influencia que esta podría ejercer sobre su amante. La libertad de movimientos de la británica sí escandalizó a algunos de los servicios de información (ejército, Falange, policía, etc.) que se superponían en el Protectorado, llegando sus avisos hasta el mismo Franco, que llegó a llamar al orden a Beigbeder a este respecto.

En la zona alta de la ciudad, la Casa de Italia, (antiguo palacio de Muley Hafid) representa la casa de Rosalinda Fox en la serie, rodeados de antiguos palacetes, entre ellos el Palacio del Mendoub. Estamos en la zona conocida como el Marshan donde se encuentra la casa del millonario americano Forbes, el museo de miniaturas militares, y el mítico lugar de reunión de intelectuales, el Café Hafa, con sus bouganvillas y vistas al mar color zafiro intenso.

Cuando Beigbeder abandonó Tánger para instalarse en Madrid ya como ministro de Asuntos Exteriores, Rosalinda se mudó con él. Sin embargo, él y sus cada vez más evidentes aspiraciones neutralistas se quedaron solos. En octubre de 1940, a su regreso  de un viaje a Alemania, Serrano Súñer informó a Franco de que los alemanes desconfiaban de Beigbeder. Franco, que el día antes había despachado con Beigbeder sin más particularidad, le cesó el mismo día, enterándose este por la prensa. En octubre de 1940 Beigbeder fue destituido en el cargo.

Rosalinda había llamado la atención de Gestapo en España y Juan Luis Beigbeder le aconsejó, preocupado por su destino, que regresase a Estoril. Fue nombrado  agregado militar en EEUU. Aquel puesto gris y sin apenas responsabilidad -ni visibilidad- fue la última estación del tren de su carrera política. Le sustituyó el cuñado de Franco, Serrano Suñer.

Mientras tanto, como pudimos leer en la novela de María Dueñas, Rosalinda se trasladaba a Lisboa y se reinventaba, abriendo el mejor garito nocturno de la ciudad, «El galgo» lugar de encuentro de todos los expatriados, donde llevó una vida a todo tren en un edificio de 44 habitaciones donde alojaba, a cambio de nada, a todo el que lo necesitase.

Cuando se vuelven a encontrar en 1947 Beigbeder ya no es el que era.  Era según las memorias de Fox, un hombre “roto y enfermo”. Aquí es cuando deciden trasladarse al sur y vivir en la casa de Guadarranque. Beigbeder medió con el Ministerio del Ejército para que se autorizase a Rosalinda la compra de la propiedad al encontrarse dentro de una «zona de interés para la defensa nacional».
La casa estaba en un entorno natural muy bonito, aunque se fue degradando hasta quedar cercada por las chimeneas industriales al mandar Franco construir un polo industrial alrededor.

Rosalinda tenía entonces 42 años y ya nunca saldría de allí. Él tampoco, pero por otra razón más obvia, su salud era precaria y falleció a las pocas semanas de haberse instalado. Moriría en 1957, disfrutando del apoyo moral y económico de muchos de sus amigos de los años «dorados».

Rosalinda también enterró a su hijo Johnny. Murió antes que su madre, dejando un hijo, Nicholas Fox, hoy residente en Australia.

Rosalinda murió a los 96 años en la indigencia, ayudada por Cáritas y los Servicios Sociales.

En su casa hay documentos, cartas y fotos para reconstruir una de esas biografías apasionantes de entreguerras, que en las manos adecuadas nos podrían hacer conocer en profundidad su papel en muchos acontecimientos en los que se supone su participación como espía al servicio de su majestad.

Sus cenizas están enterradas bajo un rosal en la última vivienda que habitó. Nadie de su familia fue a velarla. Triste final para una vida de tan altos vuelos.