El 13 de diciembre se cumplirán 301 años de la muerte de Alexander Selkirk, el personaje real en el que Defoe se inspiró para escribir allá por 1725 la célebre novela Robinson Crusoe, una de las novelas de aventuras más famosas de la historia.
El marinero escocés Alexander Selkirk, fue abandonado a su suerte en una isla desierta cercana a la costa de Chile y logró sobrevivir en ella durante casi cinco años, hasta que fue rescatado.

¿Quien era?

Alexandre Selcraig, ( en el escocés original) nació en el seno de una humilde familia presbiteriana en una pequeña aldea del condado de Fife llamada Lower Largo, en Escocia.

Era el séptimo hijo de un zapatero y curtidor, y fue educado en el esfuerzo y la religiosidad, aunque en contraposición con sus creencias, era al mismo tiempo gran amigo de juergas, correrías y pendencias. Esta inclinación natural hacia los problemas, más la férrea disciplina a la que lo tenía sometido su familia, le llevó a abandonar la casa familiar y embarcarse en la marina con tan solo diecisiete años, huyendo de problemas con la justicia.

Dicho así suena como el inicio de una gran aventura, pero lo cierto es que la marina era un oficio muy duro y peligroso en esos tiempos, tanto que la mayor parte de los marineros debían ser secuestrados o engañados para servir en una nave.

La aventura

Cuando en 1704, formó parte de una expedición a bordo de la “Cinque Ports«, una nave corsaria que operaba en el océano Pacífico, ya llevaba diez años de correrías a bordo de distintos buques y estaba curtido en el mar.            Tuvo un enfrentamiento con el capitán, y por ello fue abandonado a sus suerte en las islas de Juan Fernández.        Las islas Juan Fernández son un archipiélago de 3 islas volcánicas que se encuentran en el Océano Pacífico, a unos seiscientos kilómetros de las costas de Chile. Selkirk sobrevivió en soledad durante más de 4 años, antes de ser recogido nuevamente por otra expedición.

En el Diario de a Bordo del capitán Woodes Rogers (1679-1732), corsario inglés, que procedente de Bristol, arribó al archipiélago al mando de una expedición compuesta por los buques “Duke” y “Duchess” este escribía en 1709:

“Esta mañana a las 07:00 h. hemos llegado a la isla de Juan Fernández”. Nuestra pinaza, a su regreso, trae junto al agua y una gran cantidad de langostas y a un hombre vestido con pieles de cabra, que tiene más aspecto selvático que sus primitivas propietarias”.

Este salvaje al que se refieren era Alexander. ¿Cómo llegó allí y, sobre todo, como sobrevivió solo en estas islas despobladas? Todos conocemos la novela de Robinson Crusoe, sin embargo, la historia ha olvidado por completo al real Alexander Selkirk. Todos menos la novelista Diana Souhami, que fue premiada en 2002 por su biografía del genuino naufrago.

Hay muchos detalles apasionantes en esta biografía. En sus inicios como marinero, Selkirk estuvo trabajando en distintos barcos corsarios que lo llevaron al Pacífico sur en tiempos de la guerra de sucesión española. Era septiembre de 1703, cuando Selkirk se alistó en la nave corsaria “Cinque Ports» comandada por William Dampier.    La convivencia no fue fácil desde el principio, y tuvieron que superar intentos de motín por parte de la tripulación que no se acababa de fiar de sus mandos. Por circunstancias trágicas, Selkirk acabó convirtiéndose en el segundo de abordo.

Su capitán era Thomas Stradling. Después de incesantes combates y abordajes tras tratar de saquear el puerto de Santa María en Panamá, la maltrecha nave navegó hasta el archipiélago Juan Fernández fondeando en la isla conocida como Más a Tierra, una isla subtropical y desierta para aprovisionarse y valorar el estado de la nave. (Esta isla más tarde se llamaría Isla Robinson Crusoe.)
A criterio de Selkirk, la nave necesitaba ser sometida a varias reparaciones importantes antes de continuar con el viaje, ya que estaba muy deteriorada y presentaba importantes fugas que comprometían la seguridad de la tripulación.

El buque estaba roído por la carcoma y los agujeros en el casco, obligaban a achicar agua casi constantemente. Además, la tripulación se hallaba exhausta, enferma y sin apenas víveres. Pero Stradling no estaba de acuerdo, y se negó en redondo a perder el tiempo en esos menesteres. Selkirk entonces se amotinó, declarando que prefería quedarse en esa isla desierta antes que continuar navegando en una nave condenada a hundirse. El capitán se sintió desafiado por su subalterno y proveyéndole de un mosquete, un cuchillo, un hacha, una biblia y unas mantas optó por dejarlo abandonado en esta isla en el medio del Pacífico.                            Ninguno de sus compañeros de penurias se le unió.

Selkirk pensaba que no tardaría en ser rescatado por algún barco, pero al ver que pasaba el tiempo y nadie pasaba por allí se dedicó a hacer lo posible para convertir la inhóspita isla en un lugar habitable.

Supervivencia

Sobrevivió con lo que había en la isla en total soledad. No le faltaba el alimento, y con los materiales que allí halló se construyó dos chozas secretas con ramas y hierba en lo profundo de la maleza donde a menudo se tenía que esconder de los españoles, que seguramente no hubiesen tenido ninguna contemplación de haberse encontrado con él, un corsario que los había combatido para robarles la carga o para saquear las ciudades en poder de la corona española.

También consiguió amaestrar gatos salvajes para que repelieran a las enormes ratas que de vez en cuando se acercaban a sus cabañas. De la población de cabras que había en la isla, consiguió carne y con sus pieles se pudo vestir. La Biblia se convirtió en su único consuelo…

Cuando se produjo el rescate, cuatro años y cuatro meses después, se enteró que la «Cinque Ports» se había hundido frente a la Isla de Malpelo, a 400 kilómetros de la costa colombiana, tal como él había pronosticado. La mayoría murieron excepto Stradling y una decena de hombres que terminaron sus días en una prisión española.

El regreso

No regresó a casa hasta finales de 1711, ya que Rogers permaneció en el mar otros dos años, en un viaje exitoso. Selkirk pudo poco apoco adaptarse de nuevo a la convivencia y los usos y costumbres sociales que había prácticamente olvidado. De hecho, durante un tiempo Selkirk no pudo hablar, ya que en sus años de soledad perdió la habilidad elemental de la comunicación humana. Solo después de un tiempo, acostumbrándose nuevamente a la compañía de personas, Alexander logró, aunque con dificultad, contar su historia. Milagrosamente, el piloto de uno de los barcos había coincidido en algún viaje con Selkirk y pudo dar razón de quién era.

De regreso a su país, su historia de supervivencia fue ampliamente publicitada y Selkirk gozó de cierto prestigio. Durante diez años después de su regreso a la civilización se ganó muy bien la vida contando sus aventuras y peripecias de pueblo en pueblo a quien quisiera escucharlo, entre ellos a un panfletista político de escaso éxito llamado Daniel Defoe, quien inspirado por sus vivencias escribió su célebre relato “Robinson Crusoe “.

El personaje de Robinson Crusoe fue devorando progresivamente a Alexander Selkirk hasta el punto de que, en 1966, la isla en la que el escocés malvivió durante cuatro años y medio fue bautizada con el nombre del personaje creado por Defoe. Eso sí, otra isla del archipiélago, la antigua Más Afuera, pasó a denominarse isla Alejandro Selkirk, un alejado islote en el que nuestro verdadero náufrago jamás puso un pie, y que se denominada antiguamente “Mas Afuera”

La novela se publicó en 1719, aunque no sabemos si Selkirk llegó a saber de ella, pues solo dos años después murió en Ghana aquejado de fiebre amarilla. Y es que, como se suele decir «la cabra tira al monte». Acostumbrado a la vida en el mar, su vida en tierra no resultaba ni la mitad de satisfactoria y feliz, y pronto comenzó a retomar su vida de marino, y a vincularse con el mundo de la piratería y el corso. Solo que, esta vez, fue su última aventura. Tenía 45 años.