No hay visita cultural a Londres que se precie que no incluya, al menos, la visita al Museo Británico. Hay muchos otros museos que, sin duda, también la merecen, pero este es ineludible. Sus 8 millones de piezas arqueológicas procedentes de los 5 continentes, algunas tan importantes como la piedra Rosetta, el moai Hoa Hakananai’a, o las impresionantes esculturas y relieves del pueblo asirio, lo convierten el tercer museo más visitado del mundo y por supuesto, el más visitado de Inglaterra.

 

Orígenes y controversias

El origen del primigenio museo comprendía el legado de Sir Hans Sloane (1660-1753), un médico, naturalista y, sobre todo, coleccionista irlandés que dedicó su vida al estudio y la observación de la naturaleza, muy en la línea de los intereses de la recién formada Royal Society (de la cual llegaría a ser su presidente en 1727 tras sustituir a Isaac Newton tras su muerte).

A su muerte en 1753, y ante la posibilidad de que su inmensa colección se perdiese o cayera en manos no deseadas, el gobierno británico la adquirió por una especie de decreto de urgencia y el pago de la simbólica cifra de 20.000 libras esterlinas de la época.

El afán coleccionista de Sloane le llevó a reunir más de 12.500 especímenes de plantas y vegetales de todo el mundo, 6.000 de conchas, 9.000 especies de invertebrados, 3.000 especies de vertebrados, 1.500 de peces, 1.200 de pájaros y fósiles, minerales, joyas, ornamentos de culto, así como monedas antiguas, distribuidas por otros museos estatales.

Su afán coleccionista no era una rareza ni una excepción. Al margen de las personalidades más ilustradas o científicas como era el caso de Sloane, a lo largo de los s. XVIII y XIX, las clases más pudientes tenían sus propias colecciones privadas de antigüedades, que iban incrementando con piezas artísticas y arqueológicas “adquiridas” de los más variopintos lugares del mundo.

Se competía por poseer la pieza más deseada, la más rara o más buscada. Esto sería impensable en nuestros días, pero los orígenes de la arqueología moderna fueron así. Los personajes que proveían a estas familias eran más parecidos a mercenarios piratas que a científicos, y no buscaban la preservación de las obras sino el obtener pingües beneficios con el comercio de estas antigüedades. De hecho, su falta de conocimientos les hizo capaz de perpetrar barbaridades que darían de sobras para dedicarles toda una entrada. A menudo se veían involucrados incluso distintos gobiernos por la posesión de algún antiguo monumento que trajese la gloria a la nación que representaba.

 

 

Por lo tanto, esta especie de “piratería” de obras de arte estaba a la orden del día y a nadie escandalizaba. Y muchos de los gobiernos (que hoy piden el retorno de muchas de estas importantísimas piezas) entonces permitían e incluso cobraban por conceder estas licencias de excavación sin preocuparse demasiado por el destino de este entonces nada valorado patrimonio arqueológico.

No fue este el caso del gobierno griego y de las disputas aún abiertas con Gran Bretaña por la recuperación de las esculturas del Partenón. Lord Elgin, un oficial británico residente en Atenas bajo dominación otomana, aprovechó su cargo político como embajador en Constantinopla para saquear literalmente la Acrópolis de Atenas.

El fruto de su botín lo podemos ver hoy expuesto en el British: más de la mitad de las esculturas decorativas del Partenón: 75 metros del friso, 15 metopas y 17 figuras de los frontones que desde 1939 se exponen en una sala del British Museum, constituyendo uno de los principales atractivos de esta institución y que fueron donadas al museo por el propio Lord Elgin.  Cuando se produjo el expolio del Partenón, Grecia ni si quiera existía como país independiente del Imperio Otomano por lo que poco pudo opinar al respecto de estas «concesiones».

Me pareció bastante escandaloso, incluso hiriente, que el Partenón esté tan maltrecho y que prácticamente sólo las columnas queden en pie, y que haya que venir a Londres para contemplar su decoración de un modo completamente descontextualizado, cuando en Atenas se encuentra el templo para el que Fidias creo estas piezas.

Este es un debate abierto, con muchas aristas y, como supondréis, es difícil encontrar puntos de acuerdo. Pero ya se están dando pasos para devolver este tipo de patrimonio a las naciones donde se originaron entre los principales museos del mundo, y parece un proceso imparable.

 

La apertura del Museo

Polémicas aparte, el Museo Británico abrió sus puertas en enero de 1759 en la Casa Montagu, una mansión del S.XVII ubicada en Bloomsbury, y permaneció allí hasta que esta se fue quedando pequeña. En 1881 el museo fue trasladado a las instalaciones que conocemos hoy en día.

Antigüedades y obras egipcias, orientales, griegas, romanas, etruscas, chinas y europeas se exponen en las salas más visitadas.

Visitarlo todo dicen que nos llevaría unos 3 días, por ello si no disponéis de tanto tiempo o no tenéis simplemente tanto interés, os aconsejo que o bien hagáis un estudio exhaustivo previo de lo que queréis ver y de su ubicación antes de abordar la visita, o bien os pongáis en las manos de una visita guiada, pues os llevarán a los puntos más interesantes en unas 3 horas. Tened en cuenta que son cinco plantas y más de setenta salas, y si a eso le unimos el gentío que suele haber, puede ser algo frustrante. Realmente una visita guiada es un dinero y un tiempo muy bien invertido, sea gratuita o de pago.

Otra opción es alquilar un audio guía por 6 libras, esto es una buena opción si viajas solo, pero no lo veo si vas con la familia, cada uno pendiente de su audio guía. Realmente salvo que elijáis un día en que el trasiego de gente sea bajo, yo no lo recomiendo.

Sabed también que la visita de este templo de la historia y el arte es totalmente gratuita como la de todos los museos estatales de Inglaterra, por lo que no os lo penséis, menos aún si viajáis con niños. Estoy segura de que lo disfrutarán y de que no lo olvidarán.

 

¿Qué ver?

No pretendo hacer spoiling, pero sí quiero al menos mencionar algunos puntos para que no se os pasen de largo.

Lo primero que os llamará la atención nada más entrar en el museo es el luminoso Great Court o Gran Atrio de Isabel II, (cuya enorme cubierta de cristal y acero fue diseñada por el arquitecto Norman Foster en el año 2000).

Recorredlo unos minutos, en sus bajos se encuentra la tienda del museo, magnífica, y en sus cercanías podréis ver las dos primeras grandes piezas que no os debéis perder. Una está en la Sala 2ª (justo al lado de la entrada) y es el Relicario de la Sagrada Espina, una pieza de orfebrería francesa de oro e incrustaciones de perlas de finales del siglo XIV realizada durante el reinado de la Dinastía Valois. Es considerada la obra maestra de la orfebrería medieval mundial.

La segunda pieza la veréis desde lo lejos por su tamaño, es el Moai de Hoa Nakananai’a (entrada de la Sala 24), que fue robado de la Isla de Pascua en 1868 por la tripulación del HMS Topaze. No es de los moais más grandes, pero está perfectamente preservado.

Ahora ya podemos meternos de lleno en las salas del Arte Antiguo.

Las salas a la izquierda del Great Court guardan la mayoría de los tesoros de las grandes culturas de la Antigüedad.

Como decíamos, el principal problema para el visitante, es la falta de tiempo.

Podéis empezar por ver el Busto de Ramsés II o la cabeza de Amenhotep III junto con un brazo de la misma escultura (Sala 4), la famosa Piedra Rosetta (Sala 4) y algunas esculturas egipcias antes de ver las colecciones Mesopotámicas. En las colecciones mesopotámicas podréis ver los impresionantes Lammasu (o leones protectores alados) custodios del Palacio de Ashurnasirpal II (sala 6) y el magnífico relieve de Los Cazadores de Leones (Sala 7-8 y 10). Son realmente poderosos y expresivos, excepcionalmente tallados, una joya sin duda alguna.

En la Sala 17 tendréis el Monumento de Las Nereidas, un mausoleo griego que fue desmontado y trasladado pieza a pieza desde la antigua ciudad de Licia hasta aquí. Sorprende su excepcional estado de conservación.

En la sala 18 tendréis los famosos Mármoles del Partenón, posiblemente una de las colecciones más valiosas del museo, pero también como os adelantaba, envuelta en una polémica abierta. Las metopas de los centauros, la escultura de Iris o parte de una escultura de un caballo son de gran fuerza artística.

En la Sala 21, antes de subir las escaleras, échale un vistazo a los restos del Mausoleo de Halicarnaso, otra de las joyas clásicas, en este caso, llegada desde Turquía.

En el primer piso se encuentran algunas salas de arte asiático. No perderos la escultura en bronce de Shiva Mataraja y la colección de figurillas de la Dinastía Tang (todas estas piezas están en la sala 33).

En el nivel 3 se encuentran las famosas salas de las momias (de la 61 a la 66).

Es la mayor colección de arte egipcio fuera de Egipto y está centrada en la cultura de la muerte y la resurrección en el Antiguo Egipto.  Por cierto, ¿sabían ustedes que aquí pueden ver la momia del faraón Ramsés III?  La momia, o siendo más políticamente correctos «persona momificada» o «restos momificados» de Ramsés III se encuentra entre las principales atracciones del Museo Británico. Por cierto, hay otra “persona momificada” conocida como la momia de Cleopatra, pero no se refiere, en ningún caso a la de la famosa reina de la dinastía ptolemaica.

Otra pieza muy importante es el hombre de Gebelein, enterrado en cuclillas alrededor del año 3500 A.C, y descubierto en 1986 en la zona de Gebelein, al sur de Tebas (Egipto). Es la primera persona momificada que exhibe el museo, antes de las posteriores momias egipcias. Las arenas del desierto lo han conservado tal y como lo vemos y lo cierto es que da que pensar. Quien le iba a decir a este hombre que 5.500 años después sería una atracción museística y que millones de personas le contemplarían con asombro tras los cristales de una urna… pobre.

Aquí también hay colecciones griegas, romanas, mesopotámicas y medievales. Las joyas que hay que ver son el Tesoro de Oxus –más de 160 objetos de oro de la época aqueménida- (Sala 52); el Astrolabio islámico del siglo XIII (Sala 42).

En la colección europea se cubre la cultura tanto de Bretaña como de otras partes de Europa.  El Ajedrez de Lewis (sala 40), una obra maestra del arte escandinavo comprende varios tableros de juego y 67 piezas (11 están en Edimburgo). Están esculpidas en marfil de cuerno de morsa. En la sala 41 podemos ver el yelmo anglosajón de Sutton Hoo y en la sala 51 podemos ver una capa ceremonial de oro.

En la sala 56 tenemos el estandarte de Ur (actual Irak) y el Carnero en la espesura, ambos en el mismo expositor, en oro, cobre y lapislázuli. Maravilloso.

Para amantes de la numismática, en la Sala 68 se exhibe una de las colecciones de monedas más importantes del mundo.

 

¿Cómo llegar?

Pues estáis de suerte porque además de estar en pleno centro de la ciudad, el British es totalmente accesible por transporte urbano.

El British se encuentra emplazado en la calle Great Russell Street. Si viajas en metro tienes a tiro de piedra las estaciones de Holborn (Central y Picadilly), Russer Square (Picadilly), Godge Street (Del Norte) y Tottenham Court Road (Central; del Norte y Elizabeth).

En la parada de bus de New Oxford Street tienen numerosas líneas: la 1, 8, 19, 25, 38, 55, 98 y 242; las líneas 10, 14, 24, 29, 73, 134 y 390 paran en Tottenham Court Road y en Gower Street y, por último, las líneas 59, 68, X68, 91, 168 y 188 tienen parada en Southampton Row.

Horarios:

Lunes-Jueves de 10.00 a 17.00 y hasta las 20.30 los viernes.